Seguidores

17 septiembre 2014

La Noche de Carla

Breve análisis sobre una obra de teatro

La Noche de Lando
Lando: Carla Facciorusso
Participación especial: Carlos Facciorusso, como Charly (Sí, su papá)
Artistas invitados: Alejando Talarico y Mariano Alonso 
Espacio Dinamo
10 de mayo de 2014 

Resulta que la actriz y monologuista, Carla Facciorusso, no tuvo mejor idea que poner a actuar a su propio padre en una escena descabellada basada en hechos reales.

Un poco de historia:
La cosa es que, al parecer, Carla recuerda que de niña su padre la habría rociado con helados chorros de soda en alguna sobremesa de algún almuerzo familiar de un domingo cualquiera. Pero que desde ese momento, ya no sería un día cualquiera, por el contrario, este hecho iba a quedar marcado a fuego en algún rincón de la psique de Carla.

Carla continúa, como puede, como todos, con su vida. Va al Pellegrini, elige Imagen y Sonido como carrera, consigue un trabajo, deja el trabajo, se alquila un departamento, sale con chicos, se hace de montón de amigas, se pelea con algunas, adquiere deudas, va a asados con vino, se pone de novia, se psicoanaliza, toma fernet a rolete, entre otras tantas.
Pero un día, ya de ‘grande’ se da cuenta de que lo que más le gusta es actuar.
Estudia, ensaya, conoce gente.
Comienza a actuar. Está bueno. Pero no le alcanza. No le alcanza con representar lo que otro escribió. Quiere más.
Toda esa verborragia debe ser canalizada. Toda esa sed de ‘decir’ debe explotar de otra manera.
Estudia dramaturgia, monólogo o cómo cazzo sea.
Escribe y escribe. Se da cuenta de que es lo que hizo siempre.
Ensaya, conoce otra gente.
Y sale a escena. De verdad. Ahora sí.
Saca sus demonios. Explota. En formato monólogos (y no stand up) dice lo que quiere decir. Sentencia. Avasalla. Y para colmo hace reír.
Hace reír a los gritos, a los de este lado, escupiendo los tartines de puerro y queso gratinado o las pizzas de calabaza con berenjenas. Menjunjes típicos de los modernos espacios de arte.

Listo, es redondo.
Alguien logra exorcizar su mundo interior, actuando lo que escribe de una manera intensa, y es recibido muy bien por los presentes que ríen como marranos y, más luego, (el que tenga ganas) hasta puede reflexionar.  

Bueno, pero hay más.
Siempre, si hablamos de Carla, va a haber más.

Volvemos al presente:
Carla, ya curtida, actúa todos los fines de semana. Recibe aplausos, la gente se ríe, pagan una entrada o saca generosas gorras. Los antros le regalan cerveza o fernet (a veces las dos juntas), tiene camarín, fanáticos, amigos que van a todas las funciones, amigos actores (y muy buenos) que juntos hacen ciclos, festivales, números, beben y ríen, oh, sí, la noche es suya.

Bueno, pero como los traumas generan surcos en algún lado, y están ahí molestándonos, este (las amenazas constantes del padre y, finalmente, el chorro de soda que impactó su rostro) no podía ocultarse mucho tiempo más. Pedía, a los gritos, salir. Frente a la demanda inocente de su padre, quizás un chiste: “¡Quiero actuar! ¿No me llevás a algo que hagas?”, Carla, cerró los ojos y pensó: “Este es mi momento”.

Carla tiene un personaje exquisito llamado Lando, Lando Nuncalapo. Es un desparpajo de hombre: fanfarrón, sucio, engreído. Estuvo preso, en algún tiempo remoto fue un galante. Porta un tupido bigote de pervertido, y en cada salida a escena narra sus vicisitudes con exagerada emoción y movimientos pélvicos. Bueno, Carla, que es una excelente monologuista-dramaturga, se le ocurrió la idea de un reencuentro entre dos viejos amigos: Lando y Charly, personaje a interpretar por su padre.
El reencuentro (ficticio) vendría a enmendar algunas rispideces de antaño. Resulta que Charly habría rociado a Lando con un sifón. (!)

Listo, si están leyendo con cierta atención este texto no tendría que seguir escribiendo.
Ok, igual sigo.

Carla, representando a Lando lleva a escena un trauma de la infancia, lleva a escena a su propio padre para confrontarlo. 
Los dos hombres (en la obra) se baten a duelo a punta de sifones cargados hasta su tope. Carla, es decir, Lando, pide que Charly (su padre) se disculpe. La escena resulta hilarante. El padre actúa realmente mal: se olvida la letra, se olvida del tono de su personaje, no se le escucha la voz y por momentos trata a Lando de “ella”. Ella es Carla. El trabajo está hecho.
Carla logra su cometido.
Pero aún hay más.
En una escena de más de 20 minutos en donde Lando, ya cansado porque Charly no está dispuesto a disculparse, se acomoda para disparar.
La sala colmada intuye lo que va a pasar.
Miran expectantes.
Lando rompiendo la cuarta pared, y la representación (ya la había roto hace rato), mira cómplice. Mira para ver la reacción. 
Enardecidos, los que estamos de este lado nos mancomunamos en un alarido: “¡¡¡Tirale, mojalo, matalooo!!!”.

Lando sin más, aprieta el gatillo y baña de soda a su viejo amigo, Charly.

El público delira.
Era lo que todos queríamos.
Era lo que Carla quería. Lo que necesitaba.

Hay gente que va a terapia toda su vida.
Hay otra que jamás habla sobre aquello que le molestó de tal o cual cosa. Y se guarda eso como un acto de grandeza, como diciendo: “me la banco”. (Nada más alejado, mi amigo).
Y hay otra, que lleva a su propio padre a “sus” tierras, lo pone en escena a la vista de todos y le paga con la misma moneda. Pero atenti, en una representación, en una puesta en escena. Lo cual eleva la apuesta. No se limita a una mera venganza del tipo “ojo por ojo” (no tendría el mínimo sentido) sino que lo transforma en una obra, en un hecho estético.

Carla, seguramente ya no está molesta por aquel evento del chorro de soda, ya está, ya pasó. Quizás sea otra cosa, quizá Carla está diciendo: “No me voy a casar de blanco, no puedo pagar un crédito para una casa, no tengo perro, ni trabajo en una multinacional, pero este es mi lugar, y acá se hacen las cosas a mi modo”.          

Insuperable.

Hoy, Carla avanzó 10 casilleros en la carrera de la vida.  

Sebastián Culp.












    

No hay comentarios:

Publicar un comentario