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08 agosto 2011

Viaje al Centro de la Psique

# 5
¡No puedo caminar tranquilo por la calle!
PorRodríguez


¡No puedo caminar tranquilo por la calle!
En este caso nada tiene que ver la “inseguridad”, la bici-senda o la cantidad de autos que circundan la ciudad. No.
Es más simple (¿?). Cuando camino por la calle, es decir por la vereda, siento que se me va a caer, literalmente, algo en la cabeza. Pienso, (no lo puedo evitar) que se me va a venir encima el toldo de un maxi-kiosco, el techito (siempre están enclenques) de una florería, el techo enorme y de aspecto pesadísimo de un kiosco de revistas, un cartel de Vende de un departamento, que suelen estar atados con alambre así nomás. (Aclaración aparte: nunca entiendo para qué ponen un cartel más chico de “vendió” sobre el otro. ¡Que saquen el cartel entero! Es un peligro esa cosa ahí).
Camino y transpiro. Miro apenas hacia arriba con una terrible desconfianza para con los encargados de los carteles y techos en general. Si es que existe tal rubro u oficio.
Trato, entonces, de caminar más bien cerca del cordón. Mirando de reojo a estos artefactos potencialmente mortales. Ahí sí, algo más calmo puedo proseguir con mi caminata diurna. Pero los miro, no puedo dejar de reparar en ellos. Y de golpe siento que me dicen: “Por ahora ganaste, sólo por ahora”. Y ese “sólo por ahora” me retumba en lo más profundo, porque ahí nomás veo, con un simple paneo visual, que una horda de incrédulos peatones se desplazan como si nada debajo de esos asesinos inmóviles. Esa suerte de calma duró apenas un chasquido de dedos. Y mi condena es inevitable, porque no puedo empezar a los gritos acusando a esos aparatos de fierros y caños de algo que todavía no hicieron. Aparte, en el caso de los techos, ¿cómo acusas a alguien o algo que encima su función es la de proteger; del frío, la lluvia, el granizo, alguna maceta que hacía equilibrio en un balcón, o algún viejo aire acondicionado?
Imposible. Me tomarían por loco.
No hay nada que pueda hacer.
Por eso mi condena aparte de inevitable es doble, y la tranquilidad, si es que alguna vez la tuve, es apenas un anhelo muy lejano: Porque caminando por el cordón de la vereda estoy lejos de su alcance, sí, pero expuesto, al aire libre, a merced de esa maceta equilibrista o hasta de algún suicida con el último deseo de hacer puntería en un pobre infeliz.

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