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25 febrero 2015

El padre de mi madre #2

Mi abuelo fue un hombre muy peculiar del que siempre he escuchado las anécdotas más insólitas. Roberto Roca, al que apenas conocí durante un año, dejó en mí una curiosidad eterna. Tengo una sola imagen vívida en mi cabeza: yo estoy sentada sobre su regazo, mi hermana (4 años mayor) se pavonea tocando el piano y se desquicia cuando él improvisa una canción sobre un soretito que camina por la calle.

Aquí comienza un repaso breve de lo que he podido escuchar, preguntar y retener en mi memoria durante estos años.
Ojalá lleguen a quererle tanto como yo.
Lucila Yañez

ANÉCDOTA FUGAZ #2:
Mi abuelo le hizo creer a una señora que era vidente natural y tenía la capacidad de leer las líneas de la mano. Le dijo: “Su hija se va a separar”. Al tiempo la señora volvió consternada, la visión de mi abuelo se había hecho realidad. Entonces, reincidió en la lectura las manos: “No se preocupe, va a conocer a un muchacho muy bueno y van a tener una nena”. Tiempo después, la señora regresó con una sofisticada muñeca italiana de regalo para mi madre porque —una vez más— se había cumplido la predicción que él había hecho.


Promiscuidad, mentiras y series de tv

El engaño del hoy no es intercambiar fluidos con tu compañera de trabajo, con tu profesor de arpa melódica, en guardias médicas de trasnoche o en garitas de peaje de la autopista Buenos Aires-La Plata. No.
O bueno, además de eso.
El engaño frecuente del sigo XXI es más bien cinéfilo (los cinéfilos de verdad se están agarrando un huevo con la cajita del VHS de El Padrino).
A la costumbre de consumir series y películas como cigarrillos de droga se le suma “el hacerlo en pareja”. En realidad, más que nada series. Las películas siempre se vieron en pareja pero, con la llegada de estos seriales como método de conquista cultural y de consumo desenfrenado, este asunto alcanzó su cenit.

Siempre hay una serie nueva, o dos o mil para ver. Siempre hay gente hablando de lo que viene, lo que vendrá, de rumores y de esa que no viste, y TENÉS que hacerlo si querés seguir en el grupo selecto de “seriéfilos”. Por el amor de Dios y todos los santos.
Bueno, el ritmo debe ser frenético. Nada de verla a “tu” ritmo. Qué, ¿estás loco? ¿Cómo se te ocurre ir a una velocidad distinta del resto? Si yo no tengo vida porque estoy hasta la chota con una serie de 28 temporadas, vos tampoco tenés que tenerla. ¿Está claro?
No, nada de verla con tus tiempos. Hay que dejar de vivir si es necesario.
Ahí es donde empiezan los conflictos de pareja.
En una pareja que convive (por eso es ‘pareja’) por lo general el momento en común es la noche. Ahí acuerdan, entonces, ver la nueva-mega-hiper serie de luxe.
“¡Uy, que emoción!”
Ok, empiezan.
Día de semana.
1er capítulo.
Los primeros 20 minutos todo va sobre rieles.
Pero uno de los dos, supongamos, él, no tarda en cabecear. Pero mal que mal logra mantenerse, y terminan de ver el capítulo más o menos dignamente.
Ok. Hasta ahí no hay problema.
Pero ella quedó manija. Quiere otro. Él se levanta y va decidido a lavarse los dientes como si fuera obvio: “Ya está, vimos un capítulo, es día de semana, listo, a la cama”. Piensa sin pensarlo. Y hasta comenta: “Uh, qué buen final, ¿no? Te deja ahí... Ja-ja”.
Zoom in crítico a la cara desencajada de ella.
“Claaaro... —dice ella— mañana, sí, si”, zoom in al ojo que late involuntariamente.
Lo que pasa a continuación es obvio.
Ahí empieza una relación paralela de ella para con esa serie.
Al cabo de 48hs ella ya va por el capítulo 17 de la 5ta temporada, sin que él lo sepa, claro está. Y debe fingir sorpresa por el capítulo 5 de la 2da temporada que miran juntos el fin de semana. “Ohhhh, qué horror”, dice ella. Él totalmente ciego la abraza sobreactuando su valentía.

Los casos abundan.
Series que son bajadas por el hombre a escondidas de la mujer y devoradas en 3 semanas.
El Torrent pide auxilio.
Series que ve la mujer cuando el marido se va a jugar al fútbol.
Series que ve el hombre en un huequito durante el trabajo, mediante la clave de Netflix que le pasó un compañero.
Series, series y más series.
Series por todos lados, a toda hora, en cualquier formato: Online; DVD truchos en sobres blancos comprados en el trabajo; manteros que se interponen en el camino al super chino; blu ray, dvd, minidvd, vcd, divx, dvcam, betacam sp, u-matic, .avi, .mkv, mp4, mgm, vga, triple sec, todo tipo de formatos llueven desde un cielo azul de bits.
A escondidas, a hurtadillas, engañando, faltando a lo más preciado que tiene el ser humano, ¿no? La Verdad.

Porque de los cuernos, de la muerte y de que tu pareja vea series a escondidas no se salva nadie.

Sebastián Culp
2015

23 febrero 2015

La ruta de la Fugazzeta #10

Crónicas escritas con mucha hambre de gloria. Y también con mucha hambre, a secas.
Culp & Yañez

Nos pusimos una meta: Recorrer todas las pizzerías de Buenos Aires en busca de la mejor Fugazzeta rellena al molde... Y ya que estamos también de la mejor Mozzarella, y bueno, tampoco podemos dejar afuera a la Fainá, pobrecita, ahí sola.

HOY: Nápoles
Av. Corrientes 5588

Domingo de verano.
Fuimos a ver ‘Volver al futuro II’ gratis al autocine de Palermo sin auto.
Una belleza todo.
Luego nos dirigimos sin más rodeos a “Santa María” en Chacarita, pero nos desayunamos que en 10 minutos cerraban y largaban a los perros. Entonces corrimos —taxi mediante (no somos de tomar taxi, pero todo sea por la Fugazzeta)— a “Nápoles”, otra pendiente en la lista de pendientes… y no hablamos de aritos.
Una nueva pelea por el lugar a depositar el trasero que no viene al caso. Nos quedamos sentados en la primera mesa pegados a la puerta. Ella mirando hacia el salón y yo hacia fuera, hacia la vereda, donde reposaba una sola mesa con un grupo de hombres y mujeres. En una de esas, Lucila, inclina su cuerpo hacia un costado y veo, como en un film de Alfred Hitchcock, a una chica de la mesa de afuera. Esa chica resulta ser una ex novia. Una chica que me dejó de un día para el otro y simplemente después desapareció de la faz de la tierra. No es que la haya buscado, en serio, pero simplemente no supe nada más. Nunca más la vi ni me la crucé, ni nada. Pum se esfumó. Todo hasta ese momento. Todo hasta esa visión espectral. Bueh, no es para tanto. Pero resultaba onda: tierra meteme 25 metros adentro. (*ver foto 5 y 6)
Pero bueno, ‘La ruta de la Fugazzeta’ es más fuerte. A eso venimos y eso vamos a hacer.
Pese al intento desesperado de la chica xxx por hacerse notar: se soltó el pelo; se llevaba a la cabeza un pañuelo que tenía en el cuello; ingresó al local para ir al baño revoleando su cabellera, dando pasos cortos, lentos haciendo que miraba el celular. Jaja, ¡por favor!, ese truco es de manual.
O sea, puede ser que no me haya visto y que se hiciera pis de verdad, pero vamos, es más que obvio que se moría por saludarme. O asegurarse, al menos, de que yo la viera.
Pero yo nada, estoico, ni loco la miraba directo, no sea cosa que se acerque y rompa nuestro momento sagrado: La Fugazzeta.
Lucila sí la miró y tiene algunas cosas para decir al respecto, pero de ninguna manera las vamos a hacer públicas.
A lo nuestro caballeros.

Pedido
1 Grande de mozzarella
2 Porciones de Fugazzeta
1 Fainá
2 Tanques de cervezas

Ubicación
En el salón. Chico, pero acogedor. No hay barra.

Servicio
Llegamos a eso de las 23:50 y no hubo problema.
El problema apareció cuando el mozo nos dijo que no había mozzarella al molde, sólo a la piedra. Ohhh, una daga en la boca del estómago. Lo persuadimos. Se fue y volvió con excelentes noticias: ¡Hay mozzarella al molde!
Cayó todo junto: la grande de muzza y las porciones de Fugazzeta. Retrocede un casillero.
Lo que sí, fue el pedido que más rápido nos llegó. Adelanta un casillero. Ok, está igual que el comienzo.

Calidad
La mozzarella es rica. Masa esponjosa, suave, aunque suene a chocolate, la masa parece aireada. Una maravilla. Otro dato no menor es que viene con aceitunas muy sabrosas, cortadas y sin carozo. La salsa no es necesariamente ácida o con mucho ajo, pero no encanta.
La Fugazzeta tiene buena consistencia, tiene cuerpo, pero no se asoma siquiera al podio de lo probado hasta la fecha. O sea, no es mala, rico queso, rica masa, pero no tiene nada que sobresalga de la media.
La fainá, en cambio, sí se destaca. Resulta una de las mejores junto a “Pin Pun”. Muy sabrosa, crocante por fuera, carnosa por dentro. Un espectáculo.
La cerveza en formato “Tanque” es otro momento alto de la noche. Helada y medida muy generosa. Se supone que es de medio litro, pero creemos que carga bastante más contenido que eso. O sea, punto para Nápoles.

Precio
Bastante salado: $115 por pera. (Pero attentis, nos llevamos las sobras)

Puntaje (Sobre 8)
5 porciones: alcanzó los objetivos, pero no se destaca. Debe esforzarse más en clase.

Conclusión:
Es una muy digna pizzería de barrio. Si estás por la zona te decimos que, antes de las grandes cadenas, vayas a “Nápoles” sin dudarlo. Nosotros, por nuestra cuenta, gracias al ‘Tanque’, a la fainá y a la masa aireada de la mozzarella podríamos volver.











16 febrero 2015

EL PADRE DE MI MADRE #1:

Mi abuelo fue un hombre muy peculiar del que siempre he escuchado las anécdotas más insólitas. Roberto Roca, al que apenas conocí durante un año, dejó en mí una curiosidad eterna.
Tengo una sola imagen vívida en mi cabeza: yo estoy sentada sobre su regazo, mi hermana (4 años mayor) se pavonea tocando el piano y se desquicia cuando él improvisa una canción sobre un soretito que camina por la calle.

Aquí comienza un repaso breve de lo que he podido escuchar, preguntar y retener en mi memoria durante estos años.
Ojalá lleguen a quererle tanto como yo.
Lucila Yañez

ANÉCDOTA FUGAZ #1:
Como era socialista hasta los tuétanos muy a menudo se disfrazaba de Alfredo Palacios. Se ponía un traje claro, un sombrero, un poncho sobre un hombro y unos bigotes tupidos para salir a lucirse a la puerta de su casa. Se paseaba de una esquina a la otra. Los vecinos ―que ya lo conocían y, evidentemente, eran muy buena onda― decían entre ellos: “¡Miren!, es Alfredo Palacios”.


Soy tan culpógeno que un libro que me prestaron me puede durar medio año, ahí, sobre la mesa de luz, acechándome, porque no me “enganchó”.
Porque, es obvio, ¿cómo me voy a atrever siquiera a devolverlo si no lo leí? 
Él, que pensó en mí; él que un día dijo: “este libro es para vos, vas a flashear.”.
Ohhh, Diosss, ahí siento como un puñal cargado con toda la culpa de la historia del mundo me atraviesa el pecho cuadro a cuadro, como cuando a Rafa se le rompe el corazón porque Lisa le dice que no lo quiere.

Y el libro en la mesa de luz me mira, día tras día, noche tras noche. Una vocecita me dice: “Leeme, leeme, leeme”. Y lo intento, no es que no. La culpa es tan grande que lo intento. Una, dos, tres, cuatro, cinco veces. Pero no. No me engancha.
No me engancha.
Pero no lo puedo devolver.
Y hay algo más grave, tampoco puedo pasar a otro libro
Pará, pará, pará, ahí explico.
Si este libro es una novela, sí puedo leer otros de historietas, una revista, un cuadernillo de chistes verdes o la Penthouse, pero NO puedo pasar a otra novela. No hasta que termine esta.
Entonces lo dejo ahí, lo tapo con otros libros para no verlo. 
Pero lo siento, siento como late y late, como un corazón delator.
Siento que me estoy pasando toda la buena predisposición de mi amigo por el escroto; siento como me paso su buena opinión que tiene de la literatura por los dos huevos, pero muy lentamente. Primero por uno, dando toda la vuelta, y después por el otro.

Me siento un ser despreciable. Un mal amigo. Merezco que nunca más nadie me preste ni me recomiende nada, ni un mísero link, ni siquiera que me conviden una DRF de anís. Es la más fea, pero no la merezco.

Sebastián Culp
2015

09 febrero 2015

La ruta de la Fugazzeta #9

Crónicas escritas con mucha hambre de gloria. Y también con mucha hambre, a secas.
Culp & Yañez

Nos pusimos una meta: Recorrer todas las pizzerías de Buenos Aires en busca de la mejor Fugazzeta rellena al molde... Y ya que estamos también de la mejor Mozzarella, y bueno, tampoco podemos dejar afuera a la Fainá, pobrecita, ahí sola.

HOY: El Cuartito
Talcahuano 937

Viernes a la noche
Fuimos en patota.
Fue la primera “Ruta de la Fugazzeta” a la que fuimos con amigos: 3 parejas y la hija de una de ellas.
Algarabía y bulla. Griterío y hablar todos a la vez, entrecruzados, sin escucharnos. ¡Pero qué lindo! Qué lindo es ir a comer con amigos, ¿no? No es que en pareja la pasemos mal, no, no, no. Por favor.
En un momento entre cerveza, moscato y anécdotas que no llevaban a nada, divisamos a lo lejos, nada menos que a Ari Paluch. ¡Ari Paluch!
Nada, eso.
Ok, no es muy importante, pero lo teníamos que decir para justificar las fotos de ‘paparazzi’ que gatillamos en un esfuerzo de producción.
Bueno, a lo nuestro.
Pedido
1 Grande de mozzarella
1 Grande de Fugazzeta
Fainá (varias)
Cervezas (Varias)
1 Gaseosa para la infanta
1 Moscato
Ubicación
En el salón. Medio al dofón.
Servicio
Bueno, el mozo tenía una doble vida, de día era ‘Capo cómico’.
Pero el hacer chistes no impedía que se desempeñara con habilidad.
El lugar es lindo, pintoresco. Las paredes parecen una galería del recuerdo y la nostalgia. Imposible no detenerse un instante y empezar a enumerar la cantidad de celebridades que depositaron allí sus nalgas y pusieron su paladar al servicio del maestro pizzero. Como así también de artistas universales que posan estáticos en posters emblemáticos.
Cubiertos de extrema calidad. Esos de mango de ¿roble?, esos que a los ‘Tramontina’ los dejan a leguas de distancia.
Anotación al margen: Si somos ‘suspicaces’, al mirar los cubiertos de cualquier restaurante podremos deducir que tan abultada será la cuenta.
Calidad
Pizza media masa.
La Fugazzeta está piola. Rico queso. Chorreante y sabroso. Pese a su condición de ‘media masa’ es pesada. La cebolla no está cocinada, pero no es fuerte. Seguramente está ‘asustada’ o pasada por agua para justamente hacerla más ‘amigable’. Si bien este proceso no la hace invasiva, la vedad verdadera es que no tiene mucho gusto. Es la otra cara de la misma moneda.
La mozzarella desilusiona. O hubo un problema o no sé qué corno, porque cada uno de los comensales notó en el primer bocado el exceso inaudito de sal. Casi al punto de ser incomible. La masa suave, amigable, linda. La salsa trancu. Muy trancu.
En términos generales una mozzarella que no dice mucho. Y nos resulta imposible hacer la vista gorda con el tema de lo salado. Una verdadera lástima.
Precio
Alto: Como conjeturamos al ver los cubiertos, los precios son elevados, pero al ser tantos se solventó muy amigablemente. ¡Vamos lo´ pibes!
60 pesos más o menos per cápita.
Puntaje (Sobre 8)
5 porciones
Conclusión:
La hija de la pareja amiga dijo una sola cosa: “Quiero la pizza esponjosa de la otra vez”. La niña de paladar entendido se refería a la pizza de “Pin Pun”.
¡Los chicos siempre dicen la verdad!













02 febrero 2015

De pendejo fui medio dormilón.
Medio tirando a bastante.
1997. San Bernardo.
Fuimos con mis amigos solos por primera vez a la costa.
Alquilamos un departamento.

Ah, les aviso ahora para que después no haya desilusión: Está historia es medio patética, eh. Bueno, para que después no me vengan a decir nada.
Están avisados.

Nos fuimos con 17 años a San Bernardo. 
Éramos 5.
Unos tiernitos bárbaros.
Ponernos en pedo era lo más loco que podíamos hacer.
Ah, no, una vez fumamos porro. Bah, yo técnicamente no fumé. No tragué el humo.
Como decía, nos pusimos en pedo varias noches. Lo normal.
Todo muy naif.
Todo muy ‘virgo’.
De minas ni hablar.
Estábamos en esa época donde con el solo hecho de existir espantábamos a las minas.
Debía ser algo hormonal.
Pero también éramos nosotros. Nuestra forma de ser. Nuestra personalidad. Qué sé yo.
Sólo los ‘virgos’ sabemos de qué se trata.
Pero la pasábamos bien.
Una joda, no sabés.
No, en serio, estuvo muy bueno.
O sea, “muy bueno”, ¿entendés?
Muy bueno y punto. A casa.
No, de verdad, estuvo bueno.
Pero hubo algo... algo que todavía hoy lo recuerdo y se me erizan las tetillas.
O sea, no fue ni una bisagra en mi vida, ni nada de eso. Todo lo contrario. Pero está ahí. Retumba en las cavernas de la memoria emotiva. (?)
La cosa es que cuando deambulábamos con mis amigos por Chiozza, cuando íbamos de los videos a comprar una hamburguesa; de escabiar en la playa de noche a algún boliche; o simplemente eso, nos trasladábamos de un lugar a otro sin destino fijo.
Me empecé a cruzar con una chica de rastas pelirroja.
Me la crucé una vez, me gustó.
Me la crucé por segunda vez, listo, me enamoré.
La cosa es que me la cruzaba en todos lados. Yo con mis amigos, ella, con sus amigas.
Al parecer teníamos la misma no-rutina. La misma “no tenemos mucho plan, sólo caminamos de acá para allá”.
Me gustaba más.
Me gustaba mucho más. Era todo muy onda post Nirvana.
Estaba estallando la onda “alternativa”. La mina usaba bermudas, All Star desatadas y morral. Nada más sexy que una mina usando bermudas no hard core, sino más onda surfers. Yo iba con mi camisa de skater y nunca me había subido a una puta patineta, unas bermudas hechas por mí y una zapatillas Air Walk. Todo muy roñoso y “cool” (entre comillas, por favor).
Bueno, la cosa es que la mina no sólo se limitaba a pasar por delante de mis narices sino que me arrojaba miradas.
¡La mina me mira a mí!, ¿entendés? Esa mina salida del video ‘1979’ de Smashing Pumpkins me miraba a mí. ¿Y yo que hacía? Nada. Absolutamente nada. La miraba, pero no decía nada. Bien podría ser, hasta acá, una “percepción” mía.
La mina era medio petisa, contextura más bien chica, yo ya acariciaba el metro 80 o más. Era lo único que acariciaba, las alturas. La mina me miraba con sus pecas y sus rastas rojo infierno. La mina me miraba seria, intensamente, pero debajo de esa cara de “rea” podía ver un rostro angelical. Lograba entender que, no hace mucho, había sido una “carilinda” o “modelito”, términos que dice la gente grande cuando ve un pibe o mina con proporciones aparentemente bellas.
Bueno, me miraba, yo la miraba. Nos mirábamos pasar. Caminando, yo para allá, ella para acá. Y cuando el ángulo llegaba a 181° y a la estúpida capacidad visual le saltaba la térmica, la dejaba de ver. Y por adentro me pasan mil cosas, la más notoria: “pelotudo, hacé algo”. Pero mi cuerpo no se movía. O mejor dicho, mi cuerpo no dejaba de moverse, pero hacia delante. No podía dejar de caminar. No podía romper ese MRU (Movimiento rectilíneo uniforme) en un MRUV (Movimiento rectilíneo uniformemente variado).
Seguía como un boludo a velocidad crucero hacia delante.
Bueno, no la vamos a hacer más larga.
La cosa es que así varias veces, como una gomita elástica se estira hasta su punto máximo, pero no se corta.
Me crucé una vez más, una última vez: Yo venía con mis amigos, ella con un par de amigas, estábamos a la altura de “Charly”, los videojuegos. Nos íbamos acercando. Un paso, otro, otro, otro, hasta quedar casi a la misma altura. Mis amigos ya sabían de toda esta situación, imposible no saber. Las amigas de ella, me desayuné que también, porque al estar a menos de medio metro sus amigas se empiezan a reír, ella me mira, yo la miro, mis amigos se ríen. Esa risa de expectativa, nadie hablaba, había un silencio casi respetuoso, un silencio de “denle, nomás, nosotros no miramos”. Casi nos estaban sirviendo en bandeja de rubíes. Sus amigas a ella, y mis amigos a mí. Sólo faltaba que alguien me empujara, ya estaba. Era ahí.
Nadie me empujo, y está bien, era yo el que tenía que moverme hacia ella.
Bueno, no lo hice. Las amigas se fueron riendo por lo absurdo de todo.
Era obvio. Era todo demasiado obvio. Yo no entendía nada, no escuchaba nada, hasta que un amigo me gritó: “Noooo, sos un pelotudo, te voy a bardear toda la vida con esto”.
La chica de rastas pelirroja pasó de largo.
Yo hice lo mío. Es decir, no hice lo mío. No hice lo que tenía que hacer. Pasé de largo.
Seguimos en sentidos opuestos.
Me quería matar.
Me quería morir.

Yo avisé en el 6to renglón que esta historia no tenía un final feliz.
Y es más. Puede ser todavía un poquito peor.

El día que volvíamos a Capital me fui a caminar solo antes de ir a tomar el micro.
Estaba mal. Esa mina me había dejado desencajado.
Serían las tres de la tarde. No había nadie en la calle. Me caminé todo Chiozza, y no va que ¿con quién me cruzo?
Sí, lo que están pensando.
Ella. La chica de rastas pelirroja.
¿Qué mierda hacía por ahí a esa hora?
Iba con una amiga sola.
Bueno, no hice nada.
Otra vez no hice nada.
Vieron, siempre se puede ser todavía más patético y miserable.

Volví a Capital.
Volví a repetir esa secuencia donde nos cruzábamos en la puerta de los videos ‘Charly’ en mi cabeza una docena de veces. Y me quedo corto.
Veía la escena tan clara, tan nítida, veía a la chica con tanto detalle que hasta la podía dibujar.
Bueno, la dibujé.
Dibujé a la chica de rastas pelirroja con pecas, bermuda surfer, All Star y morral.

Ni hace falta decir que nunca más la volví a ver, ¿no?
¿Sí, hace falta? ¿Seguro?... Daaale, ustedes también me la complican más... Bueno, no, nunca más la volví a ver.

Un día, mucho tiempo después, quise buscar el dibujo, pero no lo encontré por ningún lado.
Si llego a decir que lo quemé me linchan ¿no? Ja-ja. No, ¿cómo lo voy a prender fuego? Lo perdí, lo perdí.
En serio, ¿que más quisiera que ver ese dibujo por toda la eternidad, donde la chica de rastas pelirroja me miraba como esperando a que hiciera algo? Como diciendo: “No serás medio dormilón, vos ¿no?”.

Sebastián Culp.
2015