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28 abril 2012

El problema a la hora de pedir Delivery

PorCulp

No sé por qué guardamos tantos volantes de pizzerías, parrillas, heladerías, sandwiches de miga, sushi, rotiserías y comida china.      

Todos tenemos un sector destinado a estos volantes: un cajón, un folio, con una gomita elástica arriba de la heladera, una carpeta de 3 solapas desvencijada, pegados con un imán de alto poder en la heladera o simplemente uno arriba de otro sobre las páginas amarillas en la mesita del teléfono.
Creemos que están bien acomodados, nos mentimos a nosotros mismos. “No, si están bárbaros ahí, todos juntitos, ahí, en ‘su’ sector”. Pero lo cierto es que se van acumulando, la pila va aumentando de tamaño casi a niveles astronómicos sin darnos cuenta.

¿Para qué juntamos tantos? ¿Por qué los acopiamos, por qué los acumulamos y acumulamos? ¿Para qué, si después nunca encontramos el que buscamos o el que medianamente nos convence está totalmente desactualizado?

Se encuentran cosas increíbles, cosas como: “Che boludo, es imposible que una grande de mozzarella cueste 6 pesos! ¡¡Esto debe estar del 97!! Ni el local debe existir”.
O Vemos que hay una especie de sucesión de volantes: está el del 2009, el del 2010, y el del 2011. “Ok, me falta el del 2012 y lleno el álbum” decimos en voz alta aunque estemos solos.   

Y nos prometemos hacer una selección, nos prometemos “limpiar” el cajón y dejar sólo los útiles; 2 o 3 de pizzerías, uno de comida china, uno de una parrilla, la heladería de barrio y Munchis o Fredo (para cuando haya visitas). Pero nunca lo hacemos. Siempre la misma historia. Siempre el mismo problema a la hora de elegir, ¿todo para qué? Para terminar pidiendo en el lugar de siempre.  

24 abril 2012

Viaje al Centro de la Psique

#30
Especial: Amigos “especiales” I
PorSebastián

INTRODUCCIÓN

Tengo amigos “especiales”
En cada juntada con estos geniales especimenes me empapo de un centenar de tremendas historias.

Ellos piensan que voy porque los quiero, porque la paso bien. Bueno, un poco sí, pero fundamentalmente lo hago para escuchar historias, para recolectar casos increíbles, obsesiones que rozan lo patológico, manías poco menos que alarmantes.

Charlo sí, pero también agudizo el oído, le saco punta al lápiz, y les tiro de la lengua. Los agito para que se suelten y me/nos cuenten eso que tuvieron oculto por más de media vida, eso que se guardan con recelo y vergüenza. Los arengo para que se suelten, para que cuenten TODO. Porque en el fondo lo quieren sacar. Compartirlo, encontrar un caso parecido, sentirse acompañados, hermanados, menos solos, menos desgraciados, menos infelices, menos pobres tipos, menos... bueno, ya se entiende.       

Y ahora, en este lugar, sin ningún tipo de culpa voy a ir exponiendo uno a uno sus “temas”, una a una esas historias retorcidas. Porque merecen que el mundo las conozca. Es un simple acto de justicia. Una pelea que ganamos en vida. (?)    

Y acá es donde viene la parte que tengo que decir que para proteger su imagen, bla bla bla, voy a cambiar los nombres y ciertos detalles pero ¡No!. La cosa justamente es que seamos nosotros mismo, para así purgar toda esa mierda acumulada. Que esas historias de obsesiones se hagan carne, que vivan más allá de uno, que salgan y se paseen por la net toda. Y la única forma de hacer eso es con nombre y apellido, y/o apodo o motete. Y donde nuestras juntadas vendrían a ser, ni más ni menos, que seudo sesiones de psicoanálisis muy muy pedorras y de café, y yo un simple apuntador.   

TEXTO

Entre el barullo de una charla mundana y sobre temas más bien intrascendentes, como sin querer van surgiendo ciertos tópicos, ciertas cuestiones que enseguida despiertan la atención de todos. 
Las risotadas son inevitables, son claramente de vergüenza, se ven subir los calores y el volumen de la voz, es una mezcla rara de no querer contarlo con; “no hay nada que quiera más en el mundo que contar esto”. Esa sensación de lo prohibido, de lo intimo. 
Tema recurrente es que Casanova, miembro fundamental de esta cofradía, va de cuerpo, esté en su casa o en la oficina, sacándose la totalidad de la ropa, esto incluye HASTA el reloj. Caga DESNUDO para hablar mal y pronto. Afirma que las virtudes son infinitas, y nos invita a que lo hagamos, diciendo que, como la droga, es un camino de ida.
Pero la cosa es que siempre volvemos una y otra vez a este tema. Queremos saber más, preguntamos y repreguntamos las mismas cosas; quizá esta vez sume algún detalle que la vez anterior pasó por alto, quizá cuente algún día en particular. Casi siempre no hay mucho más, (ni mucho menos) es eso. Pero por alguna razón nos gusta escucharlo una y otra vez, como un chico le pide a su padre que le cuente el mismo cuento cada noche antes de dormir.

Pato, promotor y agitador nato, puede hacer un tema de charla “caliente” casi de cualquier cosa, nos sorprende con una nueva: nos dice que en ocasiones (pero acá podemos afirmar que lo hace siempre) ha lavado los huevos una vez desenvueltos del papel de diario. Pero no es por la tinta de las noticias viejas, ya que también lo haría si el envoltorio fuera el de cartón. Lo hace por que considera que “salen” sucios de la gallina (¡es genial!). Los lava con agua y DETERGENTE, los frega como si estuviera lavando los platos sucios. Su caballito de batalla es que al hervir varias cosas a la vez, de esta forma, evitaría el traspaso de algún tipo de germen. Al unísono le decimos que al hervir ninguna bacteria sería capaz de sobrevivir, ni hablar si se trata de huevos fritos, donde descartaría la cáscara. Así y todo, sigue y va a seguir, lavando los huevos con detergente. 

Elevando la voz, hace su aparición en escena Caro, con su energía y su seguridad, vapuleada injustamente por su sinceridad brutal, hace lo suyo, y dice que le resulta totalmente imposible cualquier tipo de contacto con los satches de leche o yogurt. Para evitar siquiera el roce de esos productos entre fríos, mojados, y olorosos (acá te damos la derecha) realiza las compras acompañada de su hija, a quién le delega la “ardua” tarea de agarrar los satches y depositarlos en el changuito. (Es de una sinceridad enorme mandar a un hijo a que haga lo que uno no puede, sin explicación lógica de por medio).  

Yo agrego, confraternizándome con Caro, que antes de guardar cualquier sachets, les paso un trapito tratando de tocarlo lo menos posible, al igual que a cada sifón que meto en la heladera. Preseguido, en ese caso, de un breve chorrito sobre la pileta, para lavar el pico por dentro. (?) Ok, sé que no tiene mucho sentido, pero son esas cosas que van de generación en generación. Algunos heredan un idioma tradicional, otros el arte del ajedrez o una receta milenaria. Kiko, hombre encargado de mi educación y padre, me lo dijo un día cuando era chico, y desde entonces sigo hasta la fecha con la practica de “limpiar” el pico tirando un chorro de soda sobre la pileta.   

Continuará.     

Hay algo extraño en este grupo.
Extrañeza que no nos preocupa, más bien nos divierte (menuda cosa).
Y todavía hay mucho más.
       

19 abril 2012

Los Conjeturadores

Si leyendo un libro en el colectivo, escuchás de pasada una conversación, y de pronto no podés seguir con la lectura porque la charla te interesa más...

Si caminando por la calle no podés evitar mirar a través de una ventana cuando está abierta...

Si tratás de pensar de qué trabaja tu vecino o dónde va cuando sale a las 2 de la mañana...

Definitivamente esta serie es para vos.



-Los Conjeturadores- Detectives de lo cotidiano 
Próximamente 

11 abril 2012

Viaje al Centro de la Psique

#29
Obsesión por el “mote”
¿Sabés cómo la gente te agenda en sus mails?
PorRodríguez

Me obsesiona ver con qué nombre la gente me agenda en sus mails.
Esto es muy simple, al recibir un mail grupal con copia abierta, se puede ver con qué nombre, sobrenombre, apodo, alias, mote, motete o signo característico esa persona guarda tu contacto en su casilla de mail. Cosas como “Carlos amigo de Juanchi del Estrada”, “Miguel Ángel novio de Gise, actualmente separados”, “Maru Rojas -Actriz-”, Julieta (amiga de Eva) la rubia”, “Carrera de Primeros auxilios de Raymundo –bicicleta- Martínez”, “Marito (el pibe)”, “Cata, amiga de la hermana de agus que con caro son conocidas de las chicas del fondo a su vez amigas de Juan Cruz, el primo de Tati”. Por sólo mencionar algunos casos.  

Me gusta y me obsesiona a la vez, es divertido y aterrador, ya que uno se puede encontrar con las peores cosas, “Juancho el hermano bobo del Tucu” o quién sabe qué cosas más.
Por ello ojo, ojo como agendan a los contactos porque se ve. Ojo como mandan sus mails, con copia oculta o abierta, a la vista de todos.
Ojo, porque si no toman los recaudos, se ve, todo se ve.

Siempre alertando a la sociedad.
Ok, no hay de qué.

Próximamente, y atravesando ciertos limites, te vamos a enseñar como tomar prestados los teléfonos celulares de amigos, familiares, y allegados sin que lo noten, para ver cómo te agendan ahí.

Informe Especial: Comportamientos en la vía pública I

La fruta podrida somos nosotros
PorCulp
Colaboración: Regina Falangie

Es la verdulería un lugar, donde sin darnos cuenta, dejamos ver nuestras miserias, nuestras peores cosas.
Nos plantamos como si fuéramos reyes, como si fuéramos los dueños de algo. Decimos cosas terribles, cosas patéticas, cosas que me dan vergüenza ajena de sólo pensar.
Los comentarios típicos que se suelen escuchar son ambiguos, son preguntas, pero también órdenes enfáticas. 
“¿¡Cómo están las ciruelitas!? ¿¡y los melones!?”; “¿¡los tomates, están lindos!?”;
Para volverse lisa y llanamente en ordenes a acatar: “No me metas cualquier cosa eh, el otro día las bananas estaban todas pasadas, mirá que sino te traigo todo de vuelta”; “Me dijo Rosita que ayer le vendiste unas uvas agrias, incomibles. Yo te las escupo una a una y te las traigo eh!”; “¿¿Un pomelo dulce?? Donde la viste, los pomelos no son dulces, para eso uno le pone azúcar!”

Hay algo perverso en esos comentarios, algo oscuro, algo digno de estudio. Como si fuera una especie de fuga, de escape. Todo nuestro costado más siniestro parece desembocar ahí, en ese lugar y en ese momento.
  
Y no nos basta, No! Vamos más allá. A nuestros despectivos, casi perversos comentarios, le sumamos nuestra influencia corporal. Nos arriamos, como bajándonos de quién sabe qué pedestal, metiendo el cuerpo en escena y nos damos el lujo de tocar la fruta y la verdura. ¿quiénes nos creemos que somos?, tomamos un durazno y decimos o más bien juzgamos: “¿¡a ver cómo están los duraznitos!?”, y lo movemos, de arriba a abajo chequeando su peso, su consistencia, lo apretamos revisando su madures, LO OLEMOS, (que cara duras) y finalmente lo rotamos buscando el error, la excusa que nos habilite a quejarnos, a saltar como leche hervida: “¡¡ves!! ¡me ibas a meter cualquier porquería!”.
Ahí soltando la fruta sobre las restantes como si estuviera contaminada, exageramos que ese sector semipodrido o apenas oxidado, nos manchó la mano. Sobre-actuamos la molestia, pero en el fondo estamos orgullosos, orgullosos de que no nos pudieron cagar.
Somos insoportables. 

Después, apurando el trámite como si fuéramos empresarios con una agenda más grande que la guía telefónica. A la silvestre pregunta del vendedor: “¿algo más?” concluimos nuestro asqueroso comportamiento con un: “no no, está bien, nada más” ofendidos como nunca ¡Dios! que artistas que somos. 
  
Pagamos con los peores billetes, con esos que están en el fondo del bolsillo, todos arrugados, grises y finitos, y nos vamos.

Somos horribles.
Y la verdulería, por alguna razón, es la puerta o la ventana que deja salir esa sustancia rancia y putrefacta impregnada en lo más profundo de nosotros.