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26 enero 2016

Nosotros deberíamos hacerle la entrevista de admisión a los psicólogos


Creo que somos nosotros los que tendríamos que hacer varias entrevistas con diferentes psicólogos para empezar a hacer cualquier tratamiento psicoanalítico.

Si vas a un instituto de psicología hay una entrevista previa donde un psicoanalista evalúa el “nivel” de tu problema, tu personalidad, y demás cuestiones que ignoramos, para derivarte a tal o cual profesional; para dictaminar qué tipo de terapia te conviene; qué especialista; qué “métodos”, etc. etc.
Está bien, resulta obvio, las entrevistas están justificadas desde el punto de vista que ellos tienen el estudio que las avala. No es un “juzguemos a los otros”, es más bien, tantear qué quilombito tenés en la sabiola para darte el mejor tratamiento para tu cascoteada psique. Ya sé, se entiende, pero igual, algo no me cierra.

¿Por qué yo no puedo hacer lo mismo?
Yo me considero un hombre de bien, con la capacidad para elegir, más o menos, lo mejor para mí. 
Sé, más o menos, elegir un vino, no te digo que la rompo, pero bueno, quedo bien entre amigos y minusas. 
Sé elegir el mejor cepillo de dientes: con cerdas semiduras, mango antideslizante y encima de todo de colores re lindos. 
Sé elegir tecnología: Un televisor, una computadora o cámara. Busco bocha de info: googleo re bien, leo foros, leo las preguntas de yahoo (que siempre tienen la posta), veo videos, tests, tutoriales, leo comentarios, referencias, me hago un experto en “ese” producto… ¿Cómo no voy a poder elegir a mi psicólogo?

No es una boludés lo que te digo. Escuchame, el tipo se va a meter en mi psiquis, va a hurgar en mis obsesiones más íntimas, va a meter el dedo en la llaga y a removerlo como cuchara en olla con polenta, se va a tirar de cabeza en mis más profundos y perversos sueños, mínimo dejame elegirlo.

¿Y si el tipo es un perverso al que le gustan los pantalones babuchas? 
¿Qué, ahora me van a decir que no hay psicólogos perversos? 
¡Vamos! Y si no es babucha, serán bahianos o bombachas de campo.
Dejame de joder el escroto.

¿O si es un miserable?
¿Si cuando alguien le pasa el mate limpia la bombilla con la mano?
¿Qué hacemos con esa rata inmunda?

¿Y si leyó el “Combustible espiritual”? pero pará, ¿y si le gustó?
¿Cómo se vuelve de ahí?
Sí, los psicólogos suelen ser intelectuales, no creo que lean a “Ari”, pero uno nunca sabe…

¿O si es lisa y llanamente un hijo de puta?
¿Si pone reggaeton a todo lo que da un sábado a las 9 de la mañana?
¿O si escucha Pink Floyd, sólo porque conoce “The Wall”?
¿Si usa zapatos náuticos, crocs o riñonera? 
¿O si su actor favorito es Pablo Echarri?
¿Si le parece que “El cosito de la pizza” es un buen tuittero?
¿Si de joven hizo un curso de barman con malabares?
¿Si da sorbos de lo que esté tomando aún con la comida en la boca?
¿Qué hacemos con ese degenerado?
¿O si le dice “Mardel” a Mar del Plata? ¿O peor, “MDQ”?
¿Si cree que Bergman es uno de los mejores directos de cine?
¿Si ama a Antonioni y es más fan de la Nouvelle Vague que del cine clásico americano?
Sabrás bocha de Freud y Lacan, pero de cine déjame a mí.

¿O si usa anteojos de marco negro y se saca selfis? 
¡¿Y si encima le mete el palito?!
¿No lo ves? Hacé el ejercicio de poner la cara de tu psicólogo/a en las escenas que enumeré.
¿Ahora sí?
Parece una de terror ¿no?

Está bien, quizás exagero, pero lo hago para que tomemos consciencia. A ver si te das cuenta la gravedad del asunto: ¡¿Vamos a dejar nuestra sensible psique en manos de un hijo de puta que como si nada despliega un palito del bolsillo, pone el celular y se saca una selfi tomando un frappuccino en Starbucks?!

Estamos locos.
Toda la sociedad está mal. 
Corrida de eje.
Necesitamos ayuda. 
Pero ¿sabés qué?… ese psicólogo te va a hacer peor.


Sebastián Culp
2016.

23 enero 2016

A la hora de la siesta #3 y #4

Por Lucila Yañez
Dibujo: Seelvana


Corría la década del ´80 y la siesta aún se practicaba como si de una religión se tratara. Los adultos yacían inconscientes y los niños gozábamos de esa anarquía vespertina. Mi hermana, cuatro años mayor, desplegaba su espíritu maquiavélico sirviéndose de mi pavota ingenuidad.

#3
Nado sincronizado

En pleno verano, luego de almorzar, mi primer impulso era volver a sumergirme en nuestra pileta, pero ya es sabido que hacerlo de inmediato implica un peligro mortal.
Por este motivo, mi hermana me forzaba a realizar un ritual digestivo que consistía en hacer durante horas lo siguiente: debía unir la punta de mis dedos índices y apoyarlos debajo de mi labio inferior para luego descender muy —y cuando digo muy es muuuy— lentamente hasta la altura del bajo vientre. Al parecer, esa curiosa ceremonia aceleraba la digestión para poder zambullirme en la piscina.


#4
Vitrola envenenada

Otra de sus nefastas ocurrencias supo ser la de ponerme a escuchar los famosos Cuentacuentos infantiles. Ella me decía que acercara uno de mis ojos a milímetros de distancia de la luz azulada y minúscula que marcaba el encendido del tocadiscos. Al parecer, si lograba concentrarme fuerte podría ver todo lo que sucedía entre los personajes de la historia. Al día de hoy, me siento muy afortunada por no haber quedado ciega.



Pero como soy una persona optimista, sé que podría haber sido peor, mucho peor. A una amiga de mi hermana sus hermanos mayores, también durante la siesta de los padres, le hicieron redactar su testamento —con indicaciones precisas sobre el destino de sus juguetes— haciéndole creer que pronto moriría.

Fin

[Material de BF #4]
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http://articulo.mercadolibre.com.ar/MLA-595517628-revista-bigote-falso-4-_JM 



20 enero 2016

A la hora de la siesta #2

Por Lucila Yañez

Corría la década del ´80 y la siesta aún se practicaba como si de una religión se tratara. Los adultos yacían inconscientes y los niños gozábamos de esa anarquía vespertina. Mi hermana, cuatro años mayor, desplegaba su espíritu maquiavélico sirviéndose de mi pavota ingenuidad.

#2
Primer amor

Por ese entonces, yo estaba perdidamente enamorada de un galán televisivo. Sí, yo amaba a Marco Estell como nunca antes había amado —igual convengamos que sólo tenía 5 años—. Dolores me dijo que si tomaba el tren hasta Retiro podría encontrarme con Marco. Para semejante ocasión, me hizo vestir con harapos: una pollera larga, un pañuelo en la cabeza y —como si ese vejamen no fuera suficiente— recuerdo que también me dio una escoba con la que me hizo barrer el patio. Tras someterme a sus extraños juegos mentales opté por escaparme con rumbo a la estación. Ella tuvo que seguirme por la calle y persuadirme de la idea que ella misma había sembrado en mi cabeza.

Continúa

[Material de BF #4]
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18 enero 2016

A la hora de la siesta #1

Por Lucila Yañez

Corría la década del ´80 y la siesta aún se practicaba como si de una religión se tratara. Los adultos yacían inconscientes y los niños gozábamos de esa anarquía vespertina. Mi hermana, cuatro años mayor, desplegaba su espíritu maquiavélico sirviéndose de mi pavota ingenuidad.

#1
Cuestión de identidad
Aún recuerdo mi sorpresa. Ella reforzó su teoría mostrándome fotos carnet de mi supuesta madre biológica que no aportaban ni un ápice de seriedad al asunto.
Amalia, que en realidad era tía de mi madre, tenía 80 años, era bigotuda —prueba de nuestro parecido más contundente que un ADN— y tenía una giba que la hacía avanzar encorvada y con pasos diminutos. Aunque yo la quería muchísimo y éramos compinches, no estaba preparada para que fuera mi madre.
Esa tarde lloré, no estaba triste sólo un poco emocionada.
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Estábamos en el jardín de casa, Dolores —así se llama el monstruo—, me miró a los ojos fijamente y dijo: “Sos hija de la tía Amalia, pero nosotros decidimos adoptarte”.

Continúa

[Material de BF #4]