Seguidores

30 septiembre 2014

Tiempo Libre

Nota escrita para el portal El meme / Mayo 2014
http://elmeme.me/bigote_falso/articulos 

______________________________


Tiempo Libre, te cachetea a mil cuadros por segundo
Por Sebastián Culp / @Bigote_Falso

En clave falso reality show, la nueva serie de Martín Piroyansky, intenta sacarnos del sopor cotidiano con una puesta en escena que nos cachetea a mil cuadros por segundo.
Dos buenas noticias: La merecíamos, y bien dada fue.




Tiempo Libre es una serie en principio para UN3 —canal de Tres de Febrero que está produciendo a troche y moche (“Eléctrica”, de Esteban Menis; “Cúmulo y Nimbo”, de Martín Garabal; “En el carrusel”, con Vera Spinetta, entre otros)— y luego, o más precisamente en simultaneo, para youtube.

La mente creadora es Martín Piroyansky quien escribe —junto a Ignacio Sánchez Mestre y Rodrigo Morales— dirige y protagoniza.
Y lo acompañan: Paula Grinszpan, Laila Maltz, David “Toto” Szechtman, Sebastián Wainraich, Lali Espósito, Felipe Colombo, Sabrina Carballo, Inés Efrón, Benjamín Rojas, Emmanuel Horvilleur, Emme y Clemente Cancela. 

Revelación: Toto.
Personaje desubicado: Toto.
Quiero que sea mi amigo: Toto.
Personaje multifacético que por momentos da miedo: Karen (O Karin, como ella preferiría)      
Hallazgo: La madre blureada (imagen y voz), por no querer aparecer en cámara.

20 capítulos que van de 8 a 10 minutos.  

La premisa es muy simple, se cuenta en el primer capitulo en más o menos 10 segundos: “Hola, mi nombre es Martín Piroyansky, soy actor y en este momento no estoy trabajando así que a través de este programa van a poder ver qué es lo que hace un actor en su tiempo libre”.
Listo. Suficiente. Estás adentro.
Ya lo dijo George Stofenmacher, lo breve y bueno, dos veces breve (?). No, pará, releo lo que acabo de poner pero no tiene ningún sentido, ¿así era? Lo cierto es que la serie es de lo mejor que he visto en los últimos 25 días. Nah, otro chiste. Ironía que intenta hacer referencia que hoy día las series se miran como falopa, y que vamos tras lo nuevo como zombies. (Sí, ya se había entendido, nada más triste y patético que explicar los chistes, chabón. Incluso esto mismo. ¡Basta!)

Me piso la cola escribiendo esto, porque la serie se la pisa a ella misma. Tomando algo de “The Office”, la presencia y conciencia de la cámara; de “Curb your enthusiasm, y “Extras”, actores reconocidos se representan a sí mismos, Tiempo Libre es un falso reality,  que cuenta las vicisitudes cotidianas de un Martín Piroyansky neurótico y sensible, donde se la pasa pidiendo perdón o haciéndose cargo de cosas que lo exceden. (El Dios padre de esto es Larry David). Serie que funciona muy bien; es divertida, dinámica, bien estructurada, muy bien actuada, pero que a partir del capítulo 8 da un giro narrativo novedoso. No en la trama general sino más bien en los “acontecimientos” de ese episodio. La forma está unida a fuego al sentido. Sí, eso es del maestro Hitchcock, que decía que la forma debe estar siempre en función del sentido.
El capítulo te lleva de un lugar a otro, un personaje hace un joda, otro le devuelve una contra joda; después otra contra joda y otra contra-contra joda plasmado en escena (puesta en escena pura) de una manera muy simple y compleja a la vez. Ahí la cámara se transforma de manera cabal en un personaje más. Autoconciencia de Martín Piroyansky realizador que llega a su cenit en el capítulo 9. Donde sentados en la isla de edición, cuentan que perdieron la tarjeta de memoria con el sonido de ese episodio, entonces deben ir relatando en off todos los sucesos.
Listo, cerrame la 5.
Envolveme las sobras.  
Vamos a casa.
Autoconciencia que a priori puede sonar a “muy intelectual” o qué sé yo. Bueno, no. Es uno de los capítulos más graciosos.
¿Reflexionar sobre algo, rompiendo formatos y hacer reír a la vez?
 No creo que haya muchos directores que se puedan acreditar esa síntesis.

No sé si la gente “especializada” reparó en esto o no, no sé si “críticos” le dieron estrellitas o no. Desde acá arrojo este alarido de justicia: Tiempo Libre es una historia desopilante, neurótica y culpogena, contada de una manera totalmente nueva, ingeniosa y efectiva, que no debería dejar afuera a nadie: “Forma en función del sentido”, ¿te suena?


Después mucho más.
Una posible remake de Friends. Escenas entre 8 personajes excelentemente actuada.
La intrincada historia del ex-novio de la novia actual de Martín.
La aparición de un productor con demasiada cabeza de “productor”.
Toto que es puro sentimiento.  

Me hubiera gustado que la juzguen por ustedes mismos, pero me cebé opinando bocha
Acá, lo que importa:

Tiempo Libre - Online y Completa:







26 septiembre 2014

Cuando era chico comía talco. 
No sé cómo empezó. 
Un día después de bañarme, mientras me ponía talco en las bolitas y los pies, hice ollita con una mano, la llené de ese polvillo mágico y ¡pa! Me lo mandé. De una. 
Qué hermoso, ¿no?
Ojo, talco común, ¡eh! Nada del especial para pies. Ese no por Dios. El común, el común.

Después de ahí, lo empecé a hacer seguidito. 
No todos los días, pará, tampoco soy un asqueroso, ¿qué se creen?
Pero cada tanto, después de ponerme talco en las bolitas y pies, la misma rutina: Ollita con la mano, la llenaba de talco (pero la llenaba eh) y fondo blanco. A troden. A cobrarle a Gardel. (?)
Masticaba talco.
Lo saboreaba.
Lo movía entre los dientes, entre la lengua.
Sé lo que están pensando... mmm, qué delicia. (?)

Con el tiempo fui dejando tamaña excentricidad.
Bueh... tampoco taaaaan excéntrica, ¿no?, ¿No?, ¿¡NO!?

Pero claro, recién ahora llueven infinidad de programas de obsesiones anómalas. Donde la gente come papel higiénico o marcos de puertas. O donde una pobre mina no puede dormir sin un secador de pelo encendido al lado de la cama. O programas sobre los ‘Acumuladores’: gente que, por ejemplo, vive con todos los celofanes de los todos los puchos que compró en toda su patética vida, tirados por ahí, en algún lado de la inmensa bola de mugre que es su casa. Porque: “No la puedo tirar, quizás sea útil para algo”, dice, el pobre infeliz. “Sí, amigo, seguro: cuando te quedes sin ropa limpia vas a poder hacerte una remera uniendo prolijamente todos los celofanes”.

Pero ¿dónde estaban antes estos programas?
¿Dónde estaban a mis 10 u 11 años cuando hacía la ‘gracia’?
¿Dónde estaban cuando después de bañarme le daba un sabroso bocado a ese néctar celestial que se atascaba en mi garganta?
¿¿Dónde estaban cuando de chico comía talco??

Sebastián Culp



17 septiembre 2014

La Noche de Carla

Breve análisis sobre una obra de teatro

La Noche de Lando
Lando: Carla Facciorusso
Participación especial: Carlos Facciorusso, como Charly (Sí, su papá)
Artistas invitados: Alejando Talarico y Mariano Alonso 
Espacio Dinamo
10 de mayo de 2014 

Resulta que la actriz y monologuista, Carla Facciorusso, no tuvo mejor idea que poner a actuar a su propio padre en una escena descabellada basada en hechos reales.

Un poco de historia:
La cosa es que, al parecer, Carla recuerda que de niña su padre la habría rociado con helados chorros de soda en alguna sobremesa de algún almuerzo familiar de un domingo cualquiera. Pero que desde ese momento, ya no sería un día cualquiera, por el contrario, este hecho iba a quedar marcado a fuego en algún rincón de la psique de Carla.

Carla continúa, como puede, como todos, con su vida. Va al Pellegrini, elige Imagen y Sonido como carrera, consigue un trabajo, deja el trabajo, se alquila un departamento, sale con chicos, se hace de montón de amigas, se pelea con algunas, adquiere deudas, va a asados con vino, se pone de novia, se psicoanaliza, toma fernet a rolete, entre otras tantas.
Pero un día, ya de ‘grande’ se da cuenta de que lo que más le gusta es actuar.
Estudia, ensaya, conoce gente.
Comienza a actuar. Está bueno. Pero no le alcanza. No le alcanza con representar lo que otro escribió. Quiere más.
Toda esa verborragia debe ser canalizada. Toda esa sed de ‘decir’ debe explotar de otra manera.
Estudia dramaturgia, monólogo o cómo cazzo sea.
Escribe y escribe. Se da cuenta de que es lo que hizo siempre.
Ensaya, conoce otra gente.
Y sale a escena. De verdad. Ahora sí.
Saca sus demonios. Explota. En formato monólogos (y no stand up) dice lo que quiere decir. Sentencia. Avasalla. Y para colmo hace reír.
Hace reír a los gritos, a los de este lado, escupiendo los tartines de puerro y queso gratinado o las pizzas de calabaza con berenjenas. Menjunjes típicos de los modernos espacios de arte.

Listo, es redondo.
Alguien logra exorcizar su mundo interior, actuando lo que escribe de una manera intensa, y es recibido muy bien por los presentes que ríen como marranos y, más luego, (el que tenga ganas) hasta puede reflexionar.  

Bueno, pero hay más.
Siempre, si hablamos de Carla, va a haber más.

Volvemos al presente:
Carla, ya curtida, actúa todos los fines de semana. Recibe aplausos, la gente se ríe, pagan una entrada o saca generosas gorras. Los antros le regalan cerveza o fernet (a veces las dos juntas), tiene camarín, fanáticos, amigos que van a todas las funciones, amigos actores (y muy buenos) que juntos hacen ciclos, festivales, números, beben y ríen, oh, sí, la noche es suya.

Bueno, pero como los traumas generan surcos en algún lado, y están ahí molestándonos, este (las amenazas constantes del padre y, finalmente, el chorro de soda que impactó su rostro) no podía ocultarse mucho tiempo más. Pedía, a los gritos, salir. Frente a la demanda inocente de su padre, quizás un chiste: “¡Quiero actuar! ¿No me llevás a algo que hagas?”, Carla, cerró los ojos y pensó: “Este es mi momento”.

Carla tiene un personaje exquisito llamado Lando, Lando Nuncalapo. Es un desparpajo de hombre: fanfarrón, sucio, engreído. Estuvo preso, en algún tiempo remoto fue un galante. Porta un tupido bigote de pervertido, y en cada salida a escena narra sus vicisitudes con exagerada emoción y movimientos pélvicos. Bueno, Carla, que es una excelente monologuista-dramaturga, se le ocurrió la idea de un reencuentro entre dos viejos amigos: Lando y Charly, personaje a interpretar por su padre.
El reencuentro (ficticio) vendría a enmendar algunas rispideces de antaño. Resulta que Charly habría rociado a Lando con un sifón. (!)

Listo, si están leyendo con cierta atención este texto no tendría que seguir escribiendo.
Ok, igual sigo.

Carla, representando a Lando lleva a escena un trauma de la infancia, lleva a escena a su propio padre para confrontarlo. 
Los dos hombres (en la obra) se baten a duelo a punta de sifones cargados hasta su tope. Carla, es decir, Lando, pide que Charly (su padre) se disculpe. La escena resulta hilarante. El padre actúa realmente mal: se olvida la letra, se olvida del tono de su personaje, no se le escucha la voz y por momentos trata a Lando de “ella”. Ella es Carla. El trabajo está hecho.
Carla logra su cometido.
Pero aún hay más.
En una escena de más de 20 minutos en donde Lando, ya cansado porque Charly no está dispuesto a disculparse, se acomoda para disparar.
La sala colmada intuye lo que va a pasar.
Miran expectantes.
Lando rompiendo la cuarta pared, y la representación (ya la había roto hace rato), mira cómplice. Mira para ver la reacción. 
Enardecidos, los que estamos de este lado nos mancomunamos en un alarido: “¡¡¡Tirale, mojalo, matalooo!!!”.

Lando sin más, aprieta el gatillo y baña de soda a su viejo amigo, Charly.

El público delira.
Era lo que todos queríamos.
Era lo que Carla quería. Lo que necesitaba.

Hay gente que va a terapia toda su vida.
Hay otra que jamás habla sobre aquello que le molestó de tal o cual cosa. Y se guarda eso como un acto de grandeza, como diciendo: “me la banco”. (Nada más alejado, mi amigo).
Y hay otra, que lleva a su propio padre a “sus” tierras, lo pone en escena a la vista de todos y le paga con la misma moneda. Pero atenti, en una representación, en una puesta en escena. Lo cual eleva la apuesta. No se limita a una mera venganza del tipo “ojo por ojo” (no tendría el mínimo sentido) sino que lo transforma en una obra, en un hecho estético.

Carla, seguramente ya no está molesta por aquel evento del chorro de soda, ya está, ya pasó. Quizás sea otra cosa, quizá Carla está diciendo: “No me voy a casar de blanco, no puedo pagar un crédito para una casa, no tengo perro, ni trabajo en una multinacional, pero este es mi lugar, y acá se hacen las cosas a mi modo”.          

Insuperable.

Hoy, Carla avanzó 10 casilleros en la carrera de la vida.  

Sebastián Culp.












    

14 septiembre 2014

La cita de Casanova

A los 10 u 11 años con dos amigos del colegio nos pasábamos todo el día juntos. 
Éramos el grupo de los 3: Casanova, Gutty y yo. Hablábamos de 'Volver al futuro', de chicas y de sandeces varias. Una vuelta, Casanova, fue a tomar un helado con Soledad, una compañera nuestra. 
Se encontraron en la puerta del colegio a eso de las 3 de la tarde y fueron a Altri, una heladería de Avellaneda y Fray Cayetano. Se pidieron un helado en vasito y se sentaron afuera, en esos bancos de madera blancos. 
Tomaron el helado y charlaron. Ella revoleaba el pelo de un lado a otro. 
Después se fueron. No pasó nada.

¿Cómo sabemos tantos detalles?

Porque con Gutty, los perseguimos. 
Caminábamos a media cuadra de distancia y apostados en la Shell de enfrente a la heladería, entre unos carteles, espiamos toda la 'cita'.

Después fuimos a buscar a Casanova, como si nada hubiera pasado, y le pedimos que nos contara todo.

Dijo —entre otras cosas— que nos había visto.

Sebastián Culp.


05 septiembre 2014

La trama invisible - Novela (2014)

Volvió ‘La trama invisible’ y en forma de fichas 

Así es: finalmente ha llegado esta novela en una auténtica reedición totalmente renovada, para leer y releer entre amigos y familia política. 

La novela tan esperada por la madre del autor, algún amigo que no la leyó y la ‘enorme’ cantidad de seguidores que fuimos reuniendo en estos más de dos años de blog/revista/editorial.

La trama invisible 
Sebastián Culp
2da edición Bigote Falso 2014
180 páginas del más fino humor y aventura policíaca sin policías.
12x20 cm
Género: Investigación-Parodia
Cantidad de ejemplares: 50 (si colgás, perdés)
Precio: $60 pe

Pedidos, encargos, reservas (te la llevamos a tu casa) escribiendo acá abajo o a: bigotefalso@hotmail.com.ar


Historia: 
Tres periodistas medio obsesivos, medio paranoicos, al encontrar un libro de procedencia dudosa, y de autor desconocido, emprenden (cada uno por su lado) una investigación. Saber quién está detrás de ese libro, de esa obra quizá conceptual, quizá una barrabasada bárbara.
La pesquisa se torna intrincada pero absurda a la vez.

Mariel, Fernando y Guillermo (por ponerles algún nombre) deberán relacionarse con personajes excéntricos, tipos muy poco serios, grupos sectarios, libros de cuentos policiales, juegos de azar, pinturas surrealistas, películas cómicas, ciclos de cine snobs, disquerías de fanáticos intolerantes, recitales de heavy metal satánicos, panchos con “lluvia” de papas, persecuciones en taxis, mapas y barrios de la capital, etc. etc. etc.

¿Podrán llegar al fondo del asunto?
¿Podrán encontrar la ruta o la calle (aunque sea un pasaje, mientras no sea una cortada) que los lleve a la verdad?
¿Será todo una joda u obra de algún genio oculto?
¿Tiene solución el cubo mágico? ¿En cuántos movimientos más o meno...?
¿Podrán volver a la normalidad después de todo esto?
¿Cuánto decimales tiene el número PI?
¿Mata la sandia con vino?









Gracias infinitas a: Gustavo Ariel Farenzena, Yanina Di Bello, Lucila Yañez, Juan Pablo Cañal y Manuel Fernández Lorea. (Pasen por caja para obtener su ejemplar)


01 septiembre 2014

La otra regla de la L

Siempre pensé que era disléxico. 
Siempre pensé que era lento. 
Me costaba el estudio, me costaba leer y me costaban los dictados. 
Era lento para asimilar algunas cosas. 
Aún hoy, tengo faltas, me confundo algunas palabras y algunas letras al leer o al tipear. 
Se me mezcla cuando me quiero referir a la izquierda o la derecha; nunca me acuerdo cuál es la seña del ancho de basto y cuál la del ancho de espada en el truco; y siempre dudo si la L es la derecha y la R la izquierda o viceversa, en los auriculares del mp3.

Toda la vida se lo adjudiqué a una dislexia que me inventé (nunca me la diagnosticaron) o a una incapacidad de otro tipo. Pero no, hace poco, Andrés Borghi (en compañía de Ariana) me dio una ejemplo práctico sobre el tema puntual de los auriculares.
Levantó la mano izquierda y dibujó una L con el dedo índice y pulgar: “Left”, me dijo.
Como —es obvio— leemos de izquierda a derecha, este “ayuda-memoria” o truco es infalible: Mano izquierda haciendo la “L” = Left = Izquierda.
Mano derecha haciendo la L, nada, ni siquiera es una L.

A partir de esta simple, llana, pavota explicación nunca más volví a dudar sobre qué auricular va en cada orificio auditivo.

No soy disléxico, no tengo problemas de aprendizaje ni me cuesta asimilar un carajo. Alguien me da una explicación práctica y nunca más vuelvo a dudar.

Entonces concluyo: la gente que se encargó de enseñarme ciertas cosas, lo hizo mal.

Sebastián Culp