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Creo que no
lo dije pero tengo una bolsa de nylon que llevo a todos lados. Es una bolsa
horrible. Vieja. Arrugada hasta lo imposible. Ya casi no se distingue lo que
alguna vez fue el logo del supermercado. No sé si Carrefour, Jumbo o Norte...
Norte: con eso te digo todo. Y adentro todo tipo de porquerías. Una de las
cosas que a veces saco a pasear son agendas. Sí, hago todas las noches una
lista de las cosas que tengo que hacer al día siguiente en una agenda pocket.
Por más insignificantemente pelotudas que sean. Cosas que me dan hasta
vergüenza. ‘Me levanto 9:30’; ‘Comprar una birome’; ‘Acomodar el placard’;
‘Bañarme’; ‘Cortarme las uñas’. Sí, patético. Pero bueno, acá me propuse ser
totalmente yo, contar todo. Bah, no es que me lo propuse, qué sé yo. Me dan
ganas y lo cuento, punto. Bueno, después, en el transcurso del día -la verdad
si me preguntás- (No, nadie te está preguntando, flaco) no le doy mucha bola,
pero a la noche religiosamente les marco el visto. ‘Esto lo hice: Visto’; ‘Esto
no lo hice: Una cruz’; ‘Esto no lo hice, pero porque llovió: Un circulito’. Y
si en el día surgen cosas, digamos de improvisto, medio que las escribo rápido,
como que me hago trampa a mí mismo, y les clavo el visto. Ahhhh. Placer. Como
hacer un gol en el último minuto o meter un triple. No me gusta mucho el
fútbol, me gusta pero no tanto. Me gusta más el basquet. Mucho más. Ah, les
quiero contar algo de eso, pero cierro la idea de las agendas. Decía, ‘las’ y
usé concientemente el plural, porque colecciono las agendas viejas de otros
años, todas completamente escritas. Sé que es raro, pero me gusta. Puedo
agarrar una agenda del 2002, abrir al azar, por ejemplo el 8 de mayo, y al leer las cosas que hice ese día puedo reproducir casi el día entero. Puedo volver
por un rato a ese día, sentir lo que sentía, pensar lo que pensaba. Rearmar
como un rompecabezas la semana, el mes, lo que andaba haciendo, el estudio, los
amigos, si frecuentaba alguna chica, si andaba medio asexuado o re caliente,
todo. Una especie de Funes el memorioso, pero con ayuda memoria. Otra vez con
trampa. Cada hoja, cada página de cada agenda es como una puerta directa al
pasado, a lo que era yo en ese entonces. Es un poco excéntrico, sí, pero bueno
es como un juego, tampoco que lo hago todo el tiempo. Cada tanto, cuando me
siento, no sé... pensativo, reflexivo o qué sé yo. Y ese día llevé conmigo las
agendas en las bolsa de nylon.
Bueno pero
voy a eso que adelanté antes: el basquet me gusta realmente mucho. No sé cómo
empezó. Fue de chico. De golpe me gustó. De golpe me miraba los partidos, me
acuerdo de valores de esa época: Milanesio, El Pichi Campana. No sé cómo pasan
esas cosas. No sé cómo las cosas nos empiezan a gustar. Y más cuando nadie te
las muestra o te las incentiva. En mi familia no había ningún basquetbolista,
en mi familia no había ningún deportista. En mi familia no se hacía deporte de
ningún tipo. A mi viejo le gustaba la bicicleta, andaba en una de carreras,
pero no mucho más. Pero bueno, no sé como descubrí a Los Globetrotters. Supongo que los vi en la tele, le
dije a mi viejo y me llevó a verlos. Me volvieron loco. Volví saltando como una
rana renga a ver si llegaba a tocar el techo. No, no llegaba. Pero a mi viejo
le rompí la cabeza para que me pusiera un aro en el minúsculo patio. Y a mi vieja
–con el aro ya colgado- le rompí todas las platas con la pelota. No entendía
que era mi estadio personal, mi Madison Square Garden. No existe más felicidad que
la que viví ahí. Venían todos mis amigos, los que les gustaba el basquet y los
que no. Con mi cuñado de esa época, que en algún momento contaré un poco más de
esa masa de chabón. Qué sé yo, de golpe el barrio jugaba al basquet en mi
patio. Saltábamos, la volcábamos, tirábamos de larga distancia, hacíamos
partidos, 21s (el equivalente al 25 del fútbol), todo. La sensación de tirar y
meter un triple (ya en una cancha de verdad) es intransferible. Clavar un
triple, un bombazo que toque sólo la red, ese que la gente de alrededor no
puede evitar gritar algo incomprensible o un ‘Ohhh’, aunque que sea un partido
de barrio, un partido entre 2 gatos locos, la sensación es impresionante. Hay
un momento, en que la bola salió de tu mano, que ya sabés, ya intuís, no que
fue un buen tiro, es quizás El tiro del partido, del día, hay una décima de
segundo que ya ves la pelota entrando antes de que entre, ya la ves clavaba
ahí, rompiendo el aro en dos, rompiendo todo, haciendo explotar el partido, la
cancha. Por más que estés jugando por jugar. Por más que estés sólo en una
cancha medio pelo de una plaza cualquiera. Ese bombazo es paja mental.
Esto lo
recuerdo difuso, la verdad no sé si fue antes o después del aro en el patio,
quizás en paralelo, pero en un momento me fui a probar a un club. Villa Mitre
en Flores. Tendría 12 o quizás 11 años, no sé. Me probé, recuerdo que era la
tarde, las 6 o 7 y que el club estaba vacío. Sólo mi viejo y el tipo, que
sería el profesor, supongo. No me acuerdo que me hizo hacer, pero lo hice. No
me acuerdo qué me decía, ni nada pero yo hacía. Me midió, me preguntó cuantos
años tenía –ya era alto para mi edad- alguna que otra pregunta más y listo. Ya
estaba bien, no hacía falta más, dijo el tipo. Ya era parte del equipo. Y no
sólo eso, no sólo ya era de Villa General Mitre sino que no me quería dejar ir.
Quería –le dijo riendo a alguien del club que pasaba por ahí- que me quede a
vivir. No sé si usó esas palabras exactas, pero fue algo así.
Ok.
Buenísimo habré pensado yo, no sé.
Volví a mi
casa. Mi viejo le contó a mi vieja, repitió la frase “No lo querían dejar ir”,
eso sí me lo acuerdo textual y de su boca y bigote, y está fijado como si fuera
una escena de una película que vi mil veces. Yo no sé que pensaba, no sé que
sentía, no me acuerdo.
Bueno,
nunca más volví al club.
Por alguna
razón no volví. Por consiguiente no entrené, no fui parte del club, no jugué
ningún partido, no me hice amigos, no aprendí las reglas, no incorporé técnica,
jugadas, valores, nada. No volví nunca.
Quedé de
una, ya estaba, era del equipo, sólo tenía que volver y empezar a jugar.
Pero no
volví. No volví nunca.
Bah, nunca
no. Volví al año siguiente ya con algo así de 13 años pero me dijeron que era
tarde. Ya no entraba por la categoría. Que ya estaba.
Yo jugaba en Defensores de Belgrano, de arquero. Me fui porque me aburría entrenar y al año volví a probarme, quedé y no volví más. Capaz que sería ídolo(?).
ResponderEliminarYo de pedo anoto cosas, pero llevo mochila donde puede haber cosas como papeles viejos, rotos porque se mojaron por la lluvia y dos o tres bolsas de super porque llevo una botella de agua.
Pareces un viejo choto con la bolsa y la agenda, comprate una mochila o cambiá a una bolsa más copada. Aunque es su copyright.
Yo le digo, pero El Forastero ésto, no hace caso. Me avisa que seguirán las aventuras, (o las desventuras) muy pronto.
ResponderEliminarMuy bueno. Se va poniendo mejor.
ResponderEliminarCon lo de las agendas me sentí algo identificado. Yo no he llegado al grado de obsesión de este sujeto, pero en una época hacía cosas parecidas.
¡Que siga El Forastero, carajo!
Abrazo.
!Qué bien!, dice el sujeto este. Sí, parece que en breve se viene otra nueva aventura o reflexión desde lo más profundo. Gracias che!!!
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