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04 febrero 2014

Correo de lectores díscolos

HOY: Pavor en el fast food

Este texto nos llegó un día cualquiera a nuestra casilla de mensajería personal para confirmar que nunca más seríamos los mismos.
Fue escrito hace mucho, incluso antes de que existiera siquiera el germen de Bigote Falso, pero su destino era este. 

¡Gracias Gustavo Farenzena, por confiarnos semejante material!
¡Alerta de contenido escatológico! 


Noche de miércoles. Oct. 2007 

Después de medianoche, al salir del cine con mi mujer sentimos crujir nuestros estómagos motivados por el apetito que teníamos luego de las casi 3 horas que duró la película.

Dentro del patio de comidas del mismo shopping vimos encendidas las luces del mostrador, y toda la cartelera del fast food nos invitaba a comer una jugosa y brillante hamburguesa. Con asombro, la empleada del local nos dijo que esa caja estaba abierta y decidimos, casi al instante, pedir dos hamburguesas (igualitas a la que mostraba el  luminoso cartel).
Nos quedamos pegados al mostrador a la espera de la confección de nuestra preciada y postergada cena. Casi inmediatamente, tuve que presenciar una increíble escena protagonizada por el encargado del local, quien estaba encerrado en un cubículo aparte, pero pegado a la cocina, con su camisa de color diferente que el resto de los 3 empleados que quedaban a última hora.
En ese cuartito, presencié una escena que jamás había visto en mi vida: el encargado, un hombre de algo más de 30 años de edad, observaba concentrado el monitor de su computadora, mientras se adentraba con el dedo índice en su fosa nasal derecha en una lucha sin igual.

Se metió el dedo índice con tanta insistencia y en busca de algo perdido en las profundidades de los orificios nasales y, a pesar de mi asombro, el hombre ofició su cometido con tanta persistencia y atención que dudo que se haya percatado de que alguien lo pudiese estar observando.
Luchaba y movía con destreza sus dedos tratando de despegar esa difícil y dura bola mucosa. Después de, aproximadamente, un minuto de lucha incansable, y con la incorporación y ayuda del dedo gordo, logró sacar esa masa de moco que terminó siendo arrojada a un destino incierto.

Acto seguido, este luchador perseverante se levantó de su silla para dirigirse directo a la cocina para hablar, no sé qué cosa, con el cocinero.
Obviamente, después de semejante y concentrada actuación el tipo nunca fue consciente de que a 3 o 4 metros, del otro lado del mostrador, había un obsesivo cliente que ya había pagado su ansiada cena; rogando mentalmente que no tocara ningún elemento de cocina con sus manos recién salidas de tal asqueroso y anti culinario lugar.

Con mi mirada seguí atentamente cada movimiento de su mano derecha, incluso pedí ayuda a Luciana, mi mujer, quien presenció el inigualable acto de la salida del moco.

Por suerte, se limitaba solo a apoyarse en la pared mientras el cocinero tomaba el pan, lo ponía en la tostadora, agregaba la salsa salida de una especie de jarra plástica y agregaba algo parecido a cebolla picada, para luego agarrar una feta de queso amarillo, ¡¡¡¡pero cuidado!!!!, el encargado agarró la espátula (por suerte con la mano izquierda…), le aviso a mi mujer, que me dice: “no está tocando la comida”.

Mi mirada se fijó, exclusivamente, en sus movimientos; entonces levantó con la espátula la hamburguesa para apoyarla delicadamente sobre el pan, con tanto cuidado y equilibrio que, para dicha tarea, apoyó sus ágiles e inmundos dedos exploradores en el medio de la hamburguesa... //

Final 1. Teníamos hambre y la comimos….

...siempre oí historias de locales de comidas, pero nunca me tocó vivir semejante situación, y con el estómago tan vacío….//
Pedí hablar con el encargado, quien se acercó sin tener idea de lo que había hecho, le conté lo sucedido y negó haber tocado la comida con los dedos.

Final 2. Le rompimos todo el local y fuimos presos.


Final Real. Después de mucha queja, nos devolvieron el dinero. Salí con hambre, asco y bronca, y lo volqué en algo parecido a este texto...

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