HOY: Pavor en el fast food
Este texto nos llegó un día cualquiera a nuestra casilla de
mensajería personal para confirmar que nunca más seríamos los mismos.
Fue escrito hace mucho, incluso antes de que existiera
siquiera el germen de Bigote Falso, pero su destino era este.
¡Gracias Gustavo Farenzena, por confiarnos semejante
material!
¡Alerta de contenido escatológico!
Noche de miércoles. Oct. 2007
Después de medianoche, al salir del cine con mi mujer
sentimos crujir nuestros estómagos motivados por el apetito que teníamos luego
de las casi 3 horas que duró la película.
Dentro del patio de comidas del mismo shopping vimos
encendidas las luces del mostrador, y toda la cartelera del fast food nos
invitaba a comer una jugosa y brillante hamburguesa. Con asombro, la empleada
del local nos dijo que esa caja estaba abierta y decidimos, casi al instante,
pedir dos hamburguesas (igualitas a la que mostraba el luminoso cartel).
Nos quedamos pegados al mostrador a la espera de la
confección de nuestra preciada y postergada cena. Casi inmediatamente, tuve que
presenciar una increíble escena protagonizada por el encargado del local, quien
estaba encerrado en un cubículo aparte, pero pegado a la cocina, con su camisa
de color diferente que el resto de los 3 empleados que quedaban a última hora.
En ese cuartito, presencié una escena que jamás había visto
en mi vida: el encargado, un hombre de algo más de 30 años de edad, observaba
concentrado el monitor de su computadora, mientras se adentraba con el dedo
índice en su fosa nasal derecha en una lucha sin igual.
Se metió el dedo índice con tanta insistencia y en busca de
algo perdido en las profundidades de los orificios nasales y, a pesar de mi
asombro, el hombre ofició su cometido con tanta persistencia y atención que
dudo que se haya percatado de que alguien lo pudiese estar observando.
Luchaba y movía con destreza sus dedos tratando de despegar
esa difícil y dura bola mucosa. Después de, aproximadamente, un minuto de lucha
incansable, y con la incorporación y ayuda del dedo gordo, logró sacar esa masa
de moco que terminó siendo arrojada a un destino incierto.
Acto seguido, este luchador perseverante se levantó de su
silla para dirigirse directo a la cocina para hablar, no sé qué cosa, con el
cocinero.
Obviamente, después de semejante y concentrada actuación el
tipo nunca fue consciente de que a 3 o 4 metros, del otro lado del mostrador,
había un obsesivo cliente que ya había pagado su ansiada cena; rogando
mentalmente que no tocara ningún elemento de cocina con sus manos recién
salidas de tal asqueroso y anti culinario lugar.
Con mi mirada seguí atentamente cada movimiento de su mano
derecha, incluso pedí ayuda a Luciana, mi mujer, quien presenció el inigualable
acto de la salida del moco.
Por suerte, se limitaba solo a apoyarse en la pared mientras
el cocinero tomaba el pan, lo ponía en la tostadora, agregaba la salsa salida
de una especie de jarra plástica y agregaba algo parecido a cebolla picada,
para luego agarrar una feta de queso amarillo, ¡¡¡¡pero cuidado!!!!, el
encargado agarró la espátula (por suerte con la mano izquierda…), le aviso a mi
mujer, que me dice: “no está tocando la comida”.
Mi mirada se fijó, exclusivamente, en sus movimientos;
entonces levantó con la espátula la hamburguesa para apoyarla delicadamente
sobre el pan, con tanto cuidado y equilibrio que, para dicha tarea, apoyó sus
ágiles e inmundos dedos exploradores en el medio de la hamburguesa... //
Final 1. Teníamos hambre y la comimos….
...siempre oí historias de locales de comidas, pero nunca me tocó vivir
semejante situación, y con el estómago tan vacío….//
Pedí hablar con el encargado, quien se acercó sin tener idea
de lo que había hecho, le conté lo sucedido y negó haber tocado la comida con
los dedos.
Final 2. Le rompimos todo el local y fuimos presos.
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