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02 julio 2014

Italia 90 fue Mi mundial

Del mundial 86 me acuerdo muy poco.
Tenía 6 años.
Tengo un par de imágenes:
La sombra de una palmera sobre la cancha en Inglaterra-Argentina.
Maradona tirando la banderita del córner. Y poniéndola a “su” manera.
De la final no me acuerdo.
Después, sí, cuando ganamos me acuerdo que fuimos a festejar en el Peugeot 504 de mi viejo. Fuimos hasta el centro. Pasamos por el obelisco, pero no bajamos.
Yo tenía una remera de la selección, tipo de toalla, con el 10 en la espalda, obvio.
Después no mucho más.
Todo muy difuso.
El 90 en cambio, fue “mi” mundial. El primero en vivirlo en su totalidad.
Con 10 años.
Me acuerdo muchas cosas. Intensas.
El primer partido contra Camerún. Perdimos 1 a 0.
Me acuerdo que al termino del partido, salimos de noche, con Gutty, mi amigo y alguno más del barrio a hablar de lo que había pasado.
—Che, si perdimos ¿ya fue?— decía uno.
—No, no, esta es la primera ronda, ahora hay que ganar los otros dos.— decía otro.
Me acuerdo de Makanaky, el jugador de Camerún de trenzas o rastas.
Me acuerdo que en el colegio tuvimos que hacer una trabajo práctico del mundial.
Con mis amigos juntábamos las figuritas.
Me acuerdo cambiar las repetidas con pibes de otros grados.
Me acuerdo que un pibe más grande, cuando yo intentaba pasar “rápido” las figuritas de una mano a la otra, me decía que era lento pero que tenía buen material.
Y las intercambiábamos.
Las juntaba, pero no las pegaba en el álbum. No sé porqué, nunca tuve el álbum. Pero sí, las juntaba, las quería tener todas.
Después me acuerdo de Brasil.
El pase del Diego, el golazo del Cani.
Todos los tiros en los palos de los brasileros.
Ganamos.
Ganamos un partido que tendríamos que haber perdido.
Pero no, el fútbol es fútbol por cosas como estas.
Se empezaba a fabricar la épica.
Después los penales.
Yugoslavia.
Apareció “El Goyco”. Un desconocido, al menos para mí, mis 10 años y mis amigos.
Lo tengo grabado.
Impreso en la mente.
Después Italia.
Italia en el mundial de Italia.
El partido lo vi en mi casa con mis amigos. Con Gutty y no sé si con alguien más, quizás Fer Casanova (me sabrá decir cuando lea esto).
El gol del Cani de cabeza.
Grito descontrolado.
1 a 1.
Penales. Otra vez penales.
Pero teníamos un as a la vista de todos.
Oculto estaba antes, cuando Pumpido era titular.
Ahora ya se había dejado ver.
Estaba ahí.
Esperando su turno.
Otra vez: El Goyco.
Los penales del siglo. Atajó dos. Otra vez atajó dos.
El último lo tengo grabado en la mente.
La pelota detenida a un paso de la línea.
Quieta, inmóvil.
Ya El Goyco corría a la mitad de la cancha agitando un brazo por encima de la cabeza.
Y nosotros deliramos.
Salimos, otra vez, con mis amigos, a la calle. Serían las 8 de la noche.
Salimos a festejar, a gritar al mundo. Era mi mundial. El mío y el de mis amigos.
Y podíamos hacer lo que quisiéramos, nos pusimos ahí nomás a jugar con una pelotita de tenis en el paredón del edificio de Gutty.
A jugar “a los penales”, obvio.
En esos años el barrio estallaba.
A las 5, 6, 7 de la tarde un mar de pibes jugaban a la pelota, corrían a las chicas, o boludeaban. El boludear era muy importante en mi barrio.
Pero con el mundial, con este mundial, Flores estaba en ebullición.
Y la épica estaba más fuerte que nunca.
Recuerdo que los grandes decían que no teníamos equipo como para llegar a la final. Entonces, la hazaña valía doble.
Entonces, Goycochea, Caniggia, Burruchaga, Bilardo, Maradona. La mística de ese equipo. Todos lesionados. El equipo estaba casi quebrado, pero seguía en pie.
Maradona, Maradona y Maradona: la voluntad de poder.
Después la final.
La cosa empezó mal. Los italianos silbando el himno argentino.
Maradona puteando a los italianos en vivo y en directo para el mundo. Y siendo casi un “santo” para el Nápoles.
Domingo. Ya no con mis amigos.
Me acuerdo que lo vi en mi casa, en el comedor con mi viejo, mi vieja y mi hermana.
Nunca había sufrido tanto hasta ese momento.
Ese domingo entendí lo que era la angustia. Sentir un vacío en el estómago.
Un 0 a 0 duro. Durísimo.
Se venía el alargue y los penales. Nuestro as. Pero ya lo habíamos mostrado demasiado.
Y a los dueños de la pelota no les gustaba nada.
Un penal que no fue penal a los pocos minutos de terminar.
Pero que igual se iba a patear.
Teníamos al Goyco. El “tiro” les podía salir por la culata.
Pero no.
Les salió bien.
El Goyco no llegó.
Ya estaba.
Quedando algunos minutos para el final, simplemente no lo aguanté más.
Yo y mis 10 años.
Nos fuimos solos a la cocina.
Me fui con la excusa de ir a buscar soda, o algo.
Pero la verdad es que no aguantaba más estar frente al televisor.
Era una realidad, estábamos perdiendo.
Nos quedábamos sin la copa.
Toda esa épica, toda esa mística, esos huevos, Maradona, todo.
No era justo.
En el 86 era demasiado chico, no lo pude disfrutar bien. El 90 era mi mundial y me lo estaban arrebatando.
Me fui a la cocina, solo, caminé en circulo, me fui para no llorar frente al televisor, frente a mi familia. Porque no teníamos una tradición muy futbolera, si lloraba, quizás no me iban a entender. Si estuviera con mis amigos quizá fuera distinto. Ellos entendían.
Me fui a la cocina a sufrir solo.
Me fui a la cocina a llorar.
El réferi pitó.
Listo.
Ya estaba.
Perdimos.
Nos arrebataron la copa de las manos.
Esa copa que había visto mil veces en manos de Maradona en el poster que tenía colgado en el cuarto.
Esa copa que, al volver al comedor, vi en manos de otros. En manos de los Alemanes, o en manos de los dueños de la pelota, da igual.
Y yo estaba ahí.
Yo me sentía ahí, entre los jugadores.
Con Maradona hecho mierda.
Miraba fijo el televisor como miraba una película, donde me identificaba con las aventuras y desventuras de los protagonistas.
Imposible era para mí no involucrarme.
Imposible fue no llorar frente al televisor cuando a Maradona le ponían la medalla de subcampeón y lloraba como un chico de 10 años.
Imposible no quedar hecho mierda.
Me habían arrebatado “mi” mundial.
Después algo me calmó al menos un poco.
La gente recibiendo a los jugadores en la Casa Rosada.
Si no me equivoco hubo más gente que en el 86.
Habíamos perdido, pero nadie podía arrebatarnos ese sentimiento. Estábamos hechos mierda, pero estábamos todos ahí, cantando y teníamos a Maradona.
Éramos subcampeones, pero la historia la contamos nosotros.
La épica estaba intacta.
El cuento cerraba perfecto.
Por supuesto que no fue el mejor mundial. El 86 lo fue.
Pero a mí Italia 90 me cambió la vida.
El Goyco.
El buzo de triangulitos.
Los penales.
El Cani.
Bilardo y sus obsesiones.
La mejor canción de la historia de los mundiales.
La mística.
La épica.
Maradona puteando a los italianos.
Maradona dándole el pase al Cani para el gol a Brasil .
Maradona llorando al término de Alemania-Argentina.
Maradona, a secas.
Porque me llevó de delirar de felicidad con mis amigos, a llorar solo en una cocina oscura un domingo de julio es que para mí Italia 90 fue el mejor mundial. (Hasta ahora)

Sebastián Culp










(Por alguna extraña razón nunca tuve el álbum, pero por una más extraña entendí que era una buena idea pegar las figuritas en hojas blancas. Y como nunca conseguí la de Maradona, me pareció obvio hacer eso que hice).

2 comentarios:

  1. No recuerdo casi nada de los partidos, pero sí de lo accesorio: mi cábala de saltar a la soga durante los partidos de Argentina, la letra de la canción escrita en "fonética" ("noti máyique...") en un afiche por la maestra, y mi amor por los italianos (yo soy la que te mandó en Twitter la hojita amarillenta con los nombres de los jugadores).
    Recién en el 94 le empecé a prestar atención al fútbol.

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    Respuestas
    1. Claro! Para los que teníamos más o menos esa edad, fue muy importante. Todo el contexto fue genial!
      Sí, muy bueno!! Ahí uní (blog y twitter), está bueno deshacerse de cosas, pero a veces hay que guardar algunas otras!

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