Breve análisis sobre una obra de teatro
La Noche de Lando
Lando: Carla Facciorusso
Participación especial: Carlos Facciorusso,
como Charly (Sí, su papá)
Artistas invitados: Alejando Talarico y
Mariano Alonso
Espacio Dinamo
10 de mayo de 2014
Resulta que la actriz y monologuista, Carla
Facciorusso, no tuvo mejor idea que poner a actuar a su propio padre en una
escena descabellada basada en hechos reales.
Un poco de historia:
La cosa es que, al parecer, Carla recuerda
que de niña su padre la habría rociado con helados chorros de soda en alguna
sobremesa de algún almuerzo familiar de un domingo cualquiera. Pero que desde
ese momento, ya no sería un día cualquiera, por el contrario, este hecho iba a
quedar marcado a fuego en algún rincón de la psique de Carla.
Carla continúa, como puede, como todos, con
su vida. Va al Pellegrini, elige Imagen y Sonido como carrera, consigue un
trabajo, deja el trabajo, se alquila un departamento, sale con chicos, se hace
de montón de amigas, se pelea con algunas, adquiere deudas, va a asados con
vino, se pone de novia, se psicoanaliza, toma fernet a rolete, entre otras
tantas.
Pero un día, ya de ‘grande’ se da cuenta de
que lo que más le gusta es actuar.
Estudia, ensaya, conoce gente.
Comienza a actuar. Está bueno. Pero no le
alcanza. No le alcanza con representar lo que otro escribió. Quiere más.
Toda esa verborragia debe ser canalizada.
Toda esa sed de ‘decir’ debe explotar de otra manera.
Estudia dramaturgia, monólogo o cómo cazzo
sea.
Escribe y escribe. Se da cuenta de que es
lo que hizo siempre.
Ensaya, conoce otra gente.
Y sale a escena. De verdad. Ahora sí.
Saca sus demonios. Explota. En formato
monólogos (y no stand up) dice lo que quiere decir. Sentencia. Avasalla. Y para
colmo hace reír.
Hace reír a los gritos, a los de este lado,
escupiendo los tartines de puerro y queso gratinado o las pizzas de calabaza
con berenjenas. Menjunjes típicos de los modernos espacios de arte.
Listo, es redondo.
Alguien logra exorcizar su mundo interior,
actuando lo que escribe de una manera intensa, y es recibido muy bien por los
presentes que ríen como marranos y, más luego, (el que tenga ganas) hasta puede
reflexionar.
Bueno, pero hay más.
Siempre, si hablamos de Carla, va a haber
más.
Volvemos al presente:
Carla, ya curtida, actúa todos los fines de
semana. Recibe aplausos, la gente se ríe, pagan una entrada o saca generosas
gorras. Los antros le regalan cerveza o fernet (a veces las dos juntas), tiene
camarín, fanáticos, amigos que van a todas las funciones, amigos actores (y muy
buenos) que juntos hacen ciclos, festivales, números, beben y ríen, oh, sí, la
noche es suya.
Bueno, pero como los traumas generan surcos
en algún lado, y están ahí molestándonos, este (las amenazas constantes del
padre y, finalmente, el chorro de soda que impactó su rostro) no podía
ocultarse mucho tiempo más. Pedía, a los gritos, salir. Frente a la demanda
inocente de su padre, quizás un chiste: “¡Quiero actuar! ¿No me llevás a algo
que hagas?”, Carla, cerró los ojos y pensó: “Este es mi momento”.
Carla tiene un personaje exquisito llamado
Lando, Lando Nuncalapo. Es un desparpajo de hombre: fanfarrón, sucio, engreído.
Estuvo preso, en algún tiempo remoto fue un galante. Porta un tupido bigote de
pervertido, y en cada salida a escena narra sus vicisitudes con exagerada
emoción y movimientos pélvicos. Bueno, Carla, que es una excelente
monologuista-dramaturga, se le ocurrió la idea de un reencuentro entre dos
viejos amigos: Lando y Charly, personaje a interpretar por su padre.
El reencuentro (ficticio) vendría a
enmendar algunas rispideces de antaño. Resulta que Charly habría rociado a
Lando con un sifón. (!)
Listo, si están leyendo con cierta atención
este texto no tendría que seguir escribiendo.
Ok, igual sigo.
Carla, representando a Lando lleva a escena
un trauma de la infancia, lleva a escena a su propio padre para
confrontarlo.
Los dos hombres (en la obra) se baten a
duelo a punta de sifones cargados hasta su tope. Carla, es decir, Lando, pide
que Charly (su padre) se disculpe. La escena resulta hilarante. El padre actúa
realmente mal: se olvida la letra, se olvida del tono de su personaje, no se le
escucha la voz y por momentos trata a Lando de “ella”. Ella es Carla. El
trabajo está hecho.
Carla logra su cometido.
Pero aún hay más.
En una escena de más de 20 minutos en donde
Lando, ya cansado porque Charly no está dispuesto a disculparse, se acomoda
para disparar.
La sala colmada intuye lo que va a pasar.
Miran expectantes.
Lando rompiendo la cuarta pared, y la
representación (ya la había roto hace rato), mira cómplice. Mira para ver la
reacción.
Enardecidos, los que estamos de este lado
nos mancomunamos en un alarido: “¡¡¡Tirale, mojalo, matalooo!!!”.
Lando sin más, aprieta el gatillo y baña de
soda a su viejo amigo, Charly.
El público delira.
Era lo que todos queríamos.
Era lo que Carla quería. Lo que necesitaba.
Hay gente que va a terapia toda su vida.
Hay otra que jamás habla sobre aquello que
le molestó de tal o cual cosa. Y se guarda eso como un acto de grandeza, como
diciendo: “me la banco”. (Nada más alejado, mi amigo).
Y hay otra, que lleva a su propio padre a
“sus” tierras, lo pone en escena a la vista de todos y le paga con la misma
moneda. Pero atenti, en una representación, en una puesta en escena. Lo cual
eleva la apuesta. No se limita a una mera venganza del tipo “ojo por ojo” (no
tendría el mínimo sentido) sino que lo transforma en una obra, en un hecho
estético.
Carla, seguramente ya no está molesta por
aquel evento del chorro de soda, ya está, ya pasó. Quizás sea otra cosa, quizá
Carla está diciendo: “No me voy a casar de blanco, no puedo pagar un crédito
para una casa, no tengo perro, ni trabajo en una multinacional, pero este es mi
lugar, y acá se hacen las cosas a mi modo”.
Insuperable.
Hoy, Carla avanzó 10 casilleros en la
carrera de la vida.
Sebastián Culp.
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