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29 octubre 2014

Me acuerdo de ir a una excursión en el secundario...

Me acuerdo de ir a una excursión en el secundario a la mañana bien temprano a ver no sé qué obra de teatro, incentivo de María, la de Lengua y Literatura.
Siempre era bueno salir del colegio. Sea a dónde sea. 
Me acuerdo que iba con el walkman sin hablar con nadie, no porque haya sido autista, ni nada de eso (bah, en 2do año casi que lo fui, escuchaba Rap: Body Count, Dr. Dre, y no hablaba con nadie) pero en ese momento ya no, ya estaba en 3ero, lo había superado (?).
No hablaba porque era muy temprano y estaba dormido. Había días y días. A veces estábamos exaltados, sacando medio cuerpo por la ventanilla y a veces estábamos así, como en piloto automático. 
La cosa es que iba muy tranquilo, el micro escolar atravesaba la ciudad, y yo deseaba que no llegáramos nunca, que el micrero se perdiera, o que al menos, el teatro, quedara a una hora y pico de distancia. Una hora y pico = Lo que duraba el cassette.
Me acuerdo que un pibe de otro ‘año’, (era una excursión que contenía varios cursos), un tal Grabou, (que andá a saber cómo se escribe), se dio vuelta y me preguntó qué escuchaba. 
Le pasé los auriculares, y puso cara de asco. 
Yo le pregunté que le gustaba a él. 
‘Fito Páez’, me respondió. 
Volví a mis asuntos sin emitir juicio de valor alguno, al menos exteriormente.
Porque por mis adentros, ¡no sabés! 

(Anotación aparte: Uno, de grande, trata de abrir la mente. Está bien visto ser amplio, habla bien de uno sacarse el prejuicio y escuchar Bach, Charlie Parker, The Moldy Peaches, Yes y Kapanga sin solución de continuidad. O volver a lo retro, esa música que odiabas, ahora te conmueve o te genera simpatía y está bien, todos ríen y son felices. Pero a los 15 o 16 años no hay tutía. Ahí no se jode. El adolescente es torpe, es atolondrado, es cierto, pero tiene una pasión desmedida que el adulto pierde cuando obtiene el título de “adulto”. O sea, está buenísimo sacarse los prejuicios, pero pareciera que el adulto tiene los gustos controlados, acomodados en un fichero por orden alfabético. Cuando crecemos perdemos esa militancia estética, eso que frente a la pregunta: ‘¿Qué escuchás?’, te hace responder: ‘Y... de todo un poco’). 

Volví, entonces, a mi walkman viejo hasta para esa época. 
Volví a mirar por la ventana del micro escolar que avanzaba a velocidad crucero. 
Volví a mi cassette grabado, escrito a mano con un marcador finito y azul que se empezaba a desteñir, pero que todavía se podía leer fuerte y claro, al menos por un par de años más: The Smashing Pumpkins - Siamese Dream. 


Sebastián Culp.

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