Seguidores

11 junio 2015

Corte de pelo nuevo

Hace un tiempo ya, me corté el pelo. No tenía ¡wooo, qué pelambre! Pero estaba bastante crecido. Mechas largas por adelante, estiradas con un fino peine a modo de lengüetazo de vaca loca, y rulos, ondas, o “cualquier cosa” por atrás. La verdad que no era un muy lindo corte. Algunos me lo decían. Y tenían razón. Era el mismo corte que traía desde los 20 años y tenía —al momento de cortarlo— 33. No daba para más. Creo que era un poco de rebeldía y otro de vagancia. Porque me cortaba el pelo yo. Rapidísimo. Me miraba en el espejo, lo veía más largo que lo de costumbre, agarraba la tijera y 7.5 minutos después, listo.
Bueno, un día la mamá de mi novia me dice al pasar: “¡Por qué no te cortás el pelo!”. Lejos de ser una orden o una pregunta (en forma de pregunta hubiera sido devastador) fue una invitación a la reflexión. En la semana no volví a pensar en eso, claramente estaba negado. Hasta que un día me dije —y sin recordar lo que me había dicho la madre de mi novia— “Che, ¿y si me corto el pelo?”.
Bueno, luego de meditarlo en la bañera, el inodoro, el videt, y la bañera de nuevo. Luego de evaluarlo, de “hacerme la idea”, de… Sí, soy un poquillo lento para tomar algunas decisiones, ¿pero qué quieren?, conviví con esa cabellera más de 10 años. Era parte de mí. Ese pelaje vio caer las Torres Gemelas, vio nevar en Buenos Aires y nos vio perder sistemáticamente 3 mundiales. No era moco de pavo. Pero bueno, finalmente me hice fuerte: fui a la peluquería. Una de unos locos sobre Gaona, con música electrónica al palo, botellas de fernet de adornos y gigantografías de Los Auténticos Decadentes. Le dije al peluquero lo que quería: “No sé lo que quiero”. Insistí: “Pero lo quiero corto a los costados y atrás y con una ‘fantasía’ arriba”. El chabón se río de compromiso, lo cierto es que me miró como de lejos, estando cerca. Imaginate. Hizo lo que tenía que hacer dejando una ‘fantasía’ arriba. El resultado fue impresionante. Me miré al espejo y no podía creer lo que veía. Casi que me transo, no exagero. Volvimos caminando con mi novia que hasta ese momento no sé cómo estaba enamorada de mí. Se reía, esa risa nerviosa o de diversión excitante, y no paraba de decirme que me quedaba genial. Fuimos a mi casa y confeccionamos unas fotos para la posteridad.
La cosa es que después, poco a poco, empecé a notar que la gente me miraba con mejor cara. Ya no era una amenaza para las viejas chotas, ni para los miedosos de la calle. Me dejaban subir primero al colectivo; las mujeres me miraban como desde abajo, directo a los ojos, cuando caminaba por la calle; la que cobraba en el Pago Fácil me sonreía; la gorda de la panadería me daba un miñoncito de más. La sociedad entera había cambiado por completo su concepto de mi persona. Ahora parecía uno más, uno de ellos. Como si de alguna manera el pelo faltante me estuviera dando poder. Como Sansón pero exactamente al revés. Al comienzo me dejé deslumbrar por este superpoder, lo usaba para mi beneficio. Comí mucho pan gratis, pagué más rápido las cuentas y garché más que en la adolescencia (no creas todo lo que digo acá, mi amor, los lectores me exigen aventuras, están sedientos de fábulas, no soy yo, son ellos). Pero no tardé en llegar a la etapa de enojo virulento contra la sociedad toda. Mi rinconcito punk anti-sistema me llevó a odiarlos, a que me den asco: “Ahhh, ahora que tengo el pelito prolijo, te gusto ¿no? Careta de cuarta”, pensaba. Así pasé unos 17 días y medio. Mas luego llegó la etapa de reflexión, donde pensé en todas las trabas internas que me habían mantenido adormilado en la vida, entre ellas conservar como un tesoro el mismo, aburrido y horrendo, corte raya al costado-chatito-largo adelante y despeinado atrás.
Luego de esa epifanía ya no pasó más nada. Fue puro devenir. Pero extrañamente la vida empezó a mejorar. Empecé a colaborar en diferentes revistas y portales escribiendo; hice un viaje impresionante a la concha misma del mono; empecé un proyecto gigante de una revista de humor impresa que ya lleva tres años de existencia; conseguí un buen trabajo freelance —que ahora se transformó en el trabajo fijo que soñé toda mi puta vida—; y ahora, hará unos 25 minutos, acabamos de reservar nuestro primer departamento con mi novia.

Pero una cosa llevó a la otra.

Ahora empecé con la barba —que también venía desde los 20 años—, me corté la chiva y me dejé un tupido bigote de actor porno de los 80. Después me dejé crecer todos los pelos de la cara, una barba completa y más luego —Google mediante— me hice un bigote de motoquero, onda el de Lemmy de Motorhead, y ahora voy por más. No puedo parar, soy un adicto al cambio, al hacer. Estoy barajando nuevos proyectos: Un bigote Chaplin; un Cantinflas; dejarme las patillas rockabilly; afeitármelas completamente; un Ron Damón; un Mario Bros; hacerme un fino y alargado bigote Dalí con miel y que me llegue hasta los ojos, y más, Más, MÁS.    

Siento que no hay límite: Una vez que empezás a cambiar, no podés dejar de hacerlo.

Sebastián Culp
2015


2 comentarios:

  1. Eh!!! ¿Cómo puede ser que estés ahora más flaco que antes? Si luego de la recorrida por las pizzerías tendría que ser al revés...entréganos el secreto del elixir milagroso. Para ser un cuerpo-pelota deseamos que hagas recorrido de "las mejores milaneserías/ hamburgueserías/ pancherias de capital"... rápido, que estás tardando XD
    Saludos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Jaja! Secreto de estado! Se dice el pecado pero no el pecador (?) Lo qué?, en fin. Gracias y a comer sin culp-a.

      Eliminar