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23 enero 2016

A la hora de la siesta #3 y #4

Por Lucila Yañez
Dibujo: Seelvana


Corría la década del ´80 y la siesta aún se practicaba como si de una religión se tratara. Los adultos yacían inconscientes y los niños gozábamos de esa anarquía vespertina. Mi hermana, cuatro años mayor, desplegaba su espíritu maquiavélico sirviéndose de mi pavota ingenuidad.

#3
Nado sincronizado

En pleno verano, luego de almorzar, mi primer impulso era volver a sumergirme en nuestra pileta, pero ya es sabido que hacerlo de inmediato implica un peligro mortal.
Por este motivo, mi hermana me forzaba a realizar un ritual digestivo que consistía en hacer durante horas lo siguiente: debía unir la punta de mis dedos índices y apoyarlos debajo de mi labio inferior para luego descender muy —y cuando digo muy es muuuy— lentamente hasta la altura del bajo vientre. Al parecer, esa curiosa ceremonia aceleraba la digestión para poder zambullirme en la piscina.


#4
Vitrola envenenada

Otra de sus nefastas ocurrencias supo ser la de ponerme a escuchar los famosos Cuentacuentos infantiles. Ella me decía que acercara uno de mis ojos a milímetros de distancia de la luz azulada y minúscula que marcaba el encendido del tocadiscos. Al parecer, si lograba concentrarme fuerte podría ver todo lo que sucedía entre los personajes de la historia. Al día de hoy, me siento muy afortunada por no haber quedado ciega.



Pero como soy una persona optimista, sé que podría haber sido peor, mucho peor. A una amiga de mi hermana sus hermanos mayores, también durante la siesta de los padres, le hicieron redactar su testamento —con indicaciones precisas sobre el destino de sus juguetes— haciéndole creer que pronto moriría.

Fin

[Material de BF #4]
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