Lo dejamos para la próxima y el momento de los “bifes”
llegó. La escena principal es el viaje a la casa de ella o a la de él. Todo muy
natural, muy “fluido”. En media hora estaremos desnudos al lado de un verdadero
desconocido, dando rienda suelta a nuestros más bajos instintos. Fenómeno.
Sin embargo, hay un telón de fondo, una escena
imperceptible, silenciosa, inexplicable, que se halla embutida dentro de la
escena principal. Es como un instante puntual, específico, que al mismo tiempo
no es puntual ni específico. No se sabe cómo, dónde, ni cuándo, pero baja (y
vaya que baja) desde un “más allá”, hacia el fondo de nuestro ser, o viceversa.
Las causas pueden ser las más diversas. Ella levanta un
brazo y no está depilada; o te dice “a la pasada” que le gusta Arjona; o no
entiende tus chistes. Él se acomoda las bolas sin disimulo (como si vos no
estuvieras adelante); o te trata como a una retardada; o te hace chistes
pelotudos.
A veces definen cosas más sutiles, como unas carcajadas
recurrentes que te ponen incómodo o que diga setiembre en lugar de septiembre.
Lo cierto es que en un determinado momento, más temprano que
tarde, en una fracción de “sinsentido iluminado” resolvemos (sin vuelta atrás)
si esa noche será (o no) la ÚNICA noche. Y por supuesto, ni bajo tortura
entregamos el dato “antes de tiempo”.
DICEN, que en general, los hombres lo resuelven siete
segundos después del primer orgasmo.
DICEN, que en general, las mujeres lo resuelven al oír las
boludeces que hablan los hombres siete segundos después del primer orgasmo (el
de ellos, lógico).
Pero muy en el fondo nosotros creemos que estos “en general”
son tramposos.
Uno ya vio la película y en realidad sabía el final antes de
que empezara. Y le da play por amor al arte (o algo por el estilo).