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Estaba sin
trabajo fijo. Filmaba y sacaba fotos en eventos. Era free lance. Primero la
palabrita esa: free lance o “freelo” como se dice en ese ambiente son
detestables. Me dan ganas de pegarme piñas en la cara. Segundo, no podía no
sentirme un extraño en esos lugares. Hay mucha gente que le gusta, yo lo
respeto. Pero son, creo yo, un reflejo en carne viva de la sociedad que nos
toca, exacerbando las peores cosas. Como verla con una lupa, como ver una
versión grotesca y diminuta. Como si fuera una suerte de maqueta, de set de la
más artificial telenovela colombiana. Todos tienen su cargo, todos responden a
una línea de mando, los eventos son claramente verticalista. Los cocineros, las
camareras, los lavaplatos o bacheros, los de limpieza, los de sonido, los
iluminadores, el dj, los números de entretenimiento; circo, humoristas,
músicos, cada uno con sus asistentes, sus sonidistas; los camarógrafos, el de
la grúa, el director de cámaras, el o a veces los fotógrafos, cada uno
respondiendo a un superior, a su vez ese superior respondiendo al responsable
de toda la organización del evento que a su vez responde al cliente: empresa u
organismo cualquiera sea este.
Y yo en el
medio de todo eso. Otra vez en el medio. Pero esta vez como un infiltrado, un
espía. Hacia mi trabajo sí, pero me aburría, me aburría terriblemente. Pero en
realidad era raro, porque lo recuerdo con tedio, pero a su vez hacía esto de
“mezclarme” y me divertía terriblemente. Era como un doble agente sin misión
alguna. En los momentos muertos no hacia “lobby” (otra palabrita linda ¿no?)
con los camarógrafos, ni intentaba levantarme una camarera, ni corría a la mesa
de fiambres. Me quedaba ahí, en el medio de la bataola, pasando totalmente
desapercibido. Cuando no me veían, bajaba la cámara, y me acercaba a la barra y
agarraba una copa de vino, o hasta a veces me pedía un wisky, el más caro. Como
iba de traje (requerimiento obligado de los “socialeros”), enseguida me podía
transformar en un invitado más. Los mozos y los barmans tienen la obligación de
servir. Bueno, con mi vaso en la mano, miraba. Tomaba y miraba todo, miraba el
mecanismo de todo eso como si fuera un enorme reloj suizo. Veía como cada cosa
encajaba a la perfección, como hasta cada grito era lo esperado, la forma de
relacionarse. Miraba esa maquinaria perfecta, pero no podía evitar sentirla
artificial. Como Rober De Niro cuando en la película “Casino” hace la
descripción de justamente su casino. Pero en este caso todo resultaba más
burdo, más exagerado y berreta todo.
Siendo florista pude hacerme el gil en un par de fiestas y comer de arriba.
ResponderEliminarjaja! Bien!
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