A veces se me paran las
tetillas.
Pero mal. No sabés.
Me acuerdo que empezó a
eso de los 25 años.
Me bañaba y después no
me podía secar, me raspaba de una manera descomunal. Pero, bueno, podía
esquivarlas. Podía hacer que la toalla no hiciera contacto con la tetilla
erecta. Filosa. Puntiaguda.
Lo jodido venía después.
Cuando me ponía la remera.
No la soportaba. El
roce me mataba. Me ardían, se me ponían rojas como grano de adolescente a punto
de explotar sobre el espejo del botiquín del baño. Se me ponían duras como pija
de chabón con la mujer en cuarentena. Y no soy de esos que andan en cuero por
la vida. Ni loco. Cuando era chico odiaba sacarme la remera en público. Y si
había chicas mucho más. Odiaba esa regla pelotuda que, al jugar a la pelota, un
equipo se sacaba la remera para poder diferenciarse. De un lado, los de remera
y del otro, los ‘en cuero’. Andá a cagar. No juego una mierda, chau.
Pero volviendo un poco
más acá, cuando se me empezaron a parar las tetillas como lanzas, como un
cazador apuntando a su presa, no soportaba las remeras. Bien me podía quedar en
mi casa, pesarán ustedes, pero no, era justamente todo lo contrario. Estaba en
una etapa muy para afuera. Salía todos los fines de semana, y en la semana
también, mucho. Salía, iba a todos lados, no podía dejar de moverme, saltaba,
gritaba, me tomaba todo, y seguía moviéndome. Bailaba hasta sin música. Cuando
estábamos en una fiesta, bar o boliche nunca quería irme. ¿No les pasa eso?
¿No? ¿Nunca? A veces estoy tan bien en un lugar que no quiero irme, no puedo.
Mis amigos me iban a
buscar ya muertos, a las 6 de la mañana —y posta, ya no daba para más, había
cinco gatos locos, y dos minas, una de ellas borracha, muerta en un sillón— y
yo me escapaba. Me escurría entre la oscuridad artificial del antro de turno.
Qué insoportable, por
Dios.
Recuerdo a Nadia, una
amiga, intentando mediar entre los que se querían ir y yo. Pero no podía, era
un pez en un estanque. Saltando, nadando, totalmente encendido como si fuera la
1 de la mañana y la noche estuviera empezando. Y sin pastillas, ni falopa, eh,
hojaldre. Ni loco tomaba esas cosas. A lo sumo tomé un par de pepas en mi vida
(que en otro momento contaré), pero pastillas no. Es más, una vez recuerdo una
noche en Mar del Plata, en una fiesta con no sé qué DJ, le ‘jugué’ una
competencia a un amigo que estaba totalmente empastillado. Yo escabiando,
normal. Y él pastiado hasta la manivela. Rebotando de acá para allá toda la
noche, escabiamos, ‘chamuyamos’, y esas cosas que hacemos los humanos cuando
somos jóvenes. Se hizo de día, ya había sol adentro del boliche, y seguíamos.
Yo ya me había pasado al agua —insisto, nada de pastillas— y seguía, seguía
moviéndome. Pero en un momento no pude más. 8 y pico de la mañana de golpe el
cansancio me vino entero encima. Mi amigo ganó, él podía seguir. Yo ya no. Pero
le di pelea. Fui el Rocky, de ‘Rocky I’, llegué al Round 15. Perdí, sí, pero
aguanté hasta el final, de pie, estoico.
Pero bueno, la cosa es
que a veces se me paran las tetillas. Y me raspan mal, son navajas de marfil
incandescentes.
Pero descubrí unas
curitas redondas que van como pezonera de vedette, que no sabés.
A vos, sí, a vos, que
también se te paran las tetillas, pero nunca se lo contaste a nadie, te las
recomiendo. Son una hermosura.
Sebastián Culp.
LAs pelotas hermosura!! Me acuerdo que hace unos años me pasaba, y dolía un huevo XD. Decí que al rato remitía el dolor, pero me sentía una mujer (¿¿¿??) Abrazos
ResponderEliminarJajaj! Abrazos, pero sin que hagan contacto los torsos por el amor de Dió!
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