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14 octubre 2014

A veces se me paran las tetillas

A veces se me paran las tetillas.
Pero mal. No sabés.
Me acuerdo que empezó a eso de los 25 años.
Me bañaba y después no me podía secar, me raspaba de una manera descomunal. Pero, bueno, podía esquivarlas. Podía hacer que la toalla no hiciera contacto con la tetilla erecta. Filosa. Puntiaguda.
Lo jodido venía después. Cuando me ponía la remera.
No la soportaba. El roce me mataba. Me ardían, se me ponían rojas como grano de adolescente a punto de explotar sobre el espejo del botiquín del baño. Se me ponían duras como pija de chabón con la mujer en cuarentena. Y no soy de esos que andan en cuero por la vida. Ni loco. Cuando era chico odiaba sacarme la remera en público. Y si había chicas mucho más. Odiaba esa regla pelotuda que, al jugar a la pelota, un equipo se sacaba la remera para poder diferenciarse. De un lado, los de remera y del otro, los ‘en cuero’. Andá a cagar. No juego una mierda, chau.
Pero volviendo un poco más acá, cuando se me empezaron a parar las tetillas como lanzas, como un cazador apuntando a su presa, no soportaba las remeras. Bien me podía quedar en mi casa, pesarán ustedes, pero no, era justamente todo lo contrario. Estaba en una etapa muy para afuera. Salía todos los fines de semana, y en la semana también, mucho. Salía, iba a todos lados, no podía dejar de moverme, saltaba, gritaba, me tomaba todo, y seguía moviéndome. Bailaba hasta sin música. Cuando estábamos en una fiesta, bar o boliche nunca quería irme. ¿No les pasa eso? ¿No? ¿Nunca? A veces estoy tan bien en un lugar que no quiero irme, no puedo.
Mis amigos me iban a buscar ya muertos, a las 6 de la mañana —y posta, ya no daba para más, había cinco gatos locos, y dos minas, una de ellas borracha, muerta en un sillón— y yo me escapaba. Me escurría entre la oscuridad artificial del antro de turno.
Qué insoportable, por Dios.
Recuerdo a Nadia, una amiga, intentando mediar entre los que se querían ir y yo. Pero no podía, era un pez en un estanque. Saltando, nadando, totalmente encendido como si fuera la 1 de la mañana y la noche estuviera empezando. Y sin pastillas, ni falopa, eh, hojaldre. Ni loco tomaba esas cosas. A lo sumo tomé un par de pepas en mi vida (que en otro momento contaré), pero pastillas no. Es más, una vez recuerdo una noche en Mar del Plata, en una fiesta con no sé qué DJ, le ‘jugué’ una competencia a un amigo que estaba totalmente empastillado. Yo escabiando, normal. Y él pastiado hasta la manivela. Rebotando de acá para allá toda la noche, escabiamos, ‘chamuyamos’, y esas cosas que hacemos los humanos cuando somos jóvenes. Se hizo de día, ya había sol adentro del boliche, y seguíamos. Yo ya me había pasado al agua —insisto, nada de pastillas— y seguía, seguía moviéndome. Pero en un momento no pude más. 8 y pico de la mañana de golpe el cansancio me vino entero encima. Mi amigo ganó, él podía seguir. Yo ya no. Pero le di pelea. Fui el Rocky, de ‘Rocky I’, llegué al Round 15. Perdí, sí, pero aguanté hasta el final, de pie, estoico.
Pero bueno, la cosa es que a veces se me paran las tetillas. Y me raspan mal, son navajas de marfil incandescentes.
Pero descubrí unas curitas redondas que van como pezonera de vedette, que no sabés.
A vos, sí, a vos, que también se te paran las tetillas, pero nunca se lo contaste a nadie, te las recomiendo. Son una hermosura. 

Sebastián Culp.


2 comentarios:

  1. LAs pelotas hermosura!! Me acuerdo que hace unos años me pasaba, y dolía un huevo XD. Decí que al rato remitía el dolor, pero me sentía una mujer (¿¿¿??) Abrazos

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    1. Jajaj! Abrazos, pero sin que hagan contacto los torsos por el amor de Dió!

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