Nosotros:
Alternadamente al ejercicio semanal de capturar
momentos ajenos, a veces le mechamos cosas como estas.
No sólo de espiar vive el hombre. También de
investigaciones, de obsesiones y de mates con tostadas.
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Conjetura #11
“Fraude inmobiliario”
Un día cualquiera entré unos papeles, panfletos y
propagandas, que se habían acumulado en la puerta de nuestra casa, y los dejé
sobre la mesa de la cocina. Básicamente las removí de lugar.
Otra mañana mientras desayunábamos, me puse a hojear
sin mucho interés esos folletos inservibles. Me detuve en una tarjeta de una
inmobiliaria porque había una nota hacia nosotros. El mensaje decía: “Si quiere
vender llámeme, tengo un cliente vecino interesado en su propiedad. Carolina”.
Se la mostré a ella, que se estaba haciendo otra
tostada (45 kilos y come mínimo tres tostadas de pan lactal, bien cargas y con
lluvia de semillas de girasol cada mañana)
¿Será para nosotros? nos preguntamos. Que raro.
¿Será para nosotros? nos preguntamos. Que raro.
Nosotros no teníamos interés en vender, pero nos
llamó la atención.
La tinta era azul, como de birome o quizá tinta.
Escrita en la parte de atrás de la tarjeta, a mano, en cursiva. El “llámeme”
sonaba a muy formal, pero tampoco desentonaba. Podía ser.
Mates van mates vienen, nos pusimos a investigar el
caso. Evaluamos la posibilidad que fuera autentico: la inmobiliaria era del
barrio; la caligrafía era muy real y pese a cierta formalidad había frescura
en el mensaje.
Pero algo nos hacía dudar. No sabíamos qué, pero lo
intuíamos, como los detectives de las películas: inclinamos la tarjeta a contra
luz para ver la textura de la tinta. El sol de la mañana era ideal para ver
esos detalles. La movíamos buscando el error, la falla. Lo raro era que no
parecía haber ninguna presión ejercida por lo escrito, propio de la bolita de
la birome, o pluma, en el caso que fuera una lapicera. La tarjeta estaba impecable.
Lisa, sin rastros de marcas o surcos.
Así nos mantuvimos el resto de la mañana. Postulando
y refutando teorías.
Era claro que acá teníamos un Caso.
Poco a poco nos fuimos convenciendo.
Sabíamos –sin pruebas suficientes- que el mensaje
era falso.
Entonces una idea: dijimos, si es mentira, si es una
–muy floja- campaña publicitaria tiene que haber por el barrio otras tarjetas
con el mismo mensaje.
Nos pusimos algo decente (no tanto), unos anteojos
de sol y salimos disparados a la calle. Caminando pensamos: Si nosotros
hubiéramos hecho la repartija publicitaria, habríamos alternado las cuadras
para que los vecinos no vean o no comenten sobre la falsas tarjetas.
Ya en la siguiente cuadra íbamos como abstraídos,
pero seguros, por alguna extraña razón.
Cruzamos la calle, nos acercamos a la primer casa de
escalones y dicho y hecho: ahí estaba, el mismo rojo furioso, el mismo tamaño
de tarjeta personal, con la misma imagen de la inmobiliaria hacia arriba. Como
desafiándonos. La verdad apenas a unos segundos de distancia, con tan sólo
darla vuelta.
Lo dejé en manos de ella.
Se agachó, la miró como sin querer y la acercó.
Vimos lo escrito en birome o lapicera azul: “Si
quiere vender llámeme, tengo un cliente vecino interesado en su propiedad. Carolina”.
Ahora podemos decir que no era ni birome ni tinta
azul de pluma sino de una impresora.
Chantas.
O está bien, la publicidad miente. Eso lo sabemos
todos. Si me pongo tal desodorante voy a tener más minas. Ya se sabe que es
mentira. Hay una especie de código. Pero esto pretende pasar por verdad. Esto
es subestimar a la gente. Es hacerles pisar el palito. Es para que quizás,
ilusionados, llamen a la inmobiliaria: “¿Así que hay alguien interesado en mi
casa? ¡¡¡es buenísimo!!! justo tengo que venderla para pagar la operación de
hernia de disco múltiple de mi tía Carmela”.
Seguimos caminando y encontramos muchas más. Todas
con el mismo mensaje. Después ya ni siquiera habían respetado el: una cuadra
sí, otra cuadra no. Estaban por todos lados, una al lado de otra. A mansalva.
Como minas apunto de explotar en manos de soldados en clara desventaja.
Se nos volvió una obsesión. Cada vez que
encontrábamos una, teníamos que agarrarla.
No sabíamos bien para qué, pero las empezamos a
cumular, a coleccionar. Y sin darnos cuenta estábamos también salvando a
posibles víctimas.
Fue entonces una especie de acto de justicia.
No lo hicimos, pero sería lindo llamar a la
inmobiliaria y hacerles pisar el palito a ellos.
Pedir por “Carolina” (entre comillas) y decirle
que estamos desesperados por vender nuestra casa. Cuando ella, o quién sea, nos
pregunte de dónde llamamos, decirle indignadísimo: ¿¿cómo de dónde te llamo,
querida?? Lo tenés que saber, si me dejaste un mensaje en la tarjeta! –y sin
dejarla meter bocadillo concluir nuestra farsa- bueno, te hablo rapidito que
tengo poca batería en el celular ¿cuándo podrían venir? La quiero vender cuanto
antes.
Y en ese momento, sin más, cortar el teléfono.
Eso sería un verdadero acto de justicia.
Pero nosotros no somos ni superhéroes, ni mucho
menos periodistas de denuncia, ni tampoco tenemos la gracia de Tangalanga.
Nos conformamos con dos cosas:
Redactar y postear este texto.
genial! Lo que hay que ver hoy en día!!! Asquea un poco a veces ver lo que son capaces de hacer para juntar un poco más de plata... da vergüenza ajena...
ResponderEliminarhttp://des-amoresbelicosyfrontales.blogspot.com.ar/
Pasese cuando desee por el blog! Me encanta pasarme por el suyo y a veces juego un poco a conjeturar por la calle.. ejercita la mente, ya vió... :) Nos leemos! Saludos!
jaja! Muy bueno que la gente empiece a Conjeturar. Nos gusta. La idea es armar una red de Conjeturadores! Así que te anotamos.
ResponderEliminarGracie y vamos a pasar por tu blog!
Salud!