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Caminando
entre las góndolas miraba a “la chica que estudia”, así la voy a nombrar: “la
chica que estudia”. La miraba como un detective de Chandler mira a su
sospechoso. Con distancia pero con un grado de cercanía que rozaba el acoso. La
miraba como Scottie mira a Madeleine en Vértigo, con falsa calma, deduciendo,
tratando de descifrarla, totalmente inmerso. “La chica que estudia” era
hermosa, tenía una de esas caras que, si se lo propusieran podrían conquistar
un continente entero. Tenía un saquito verde agua, mientras leía los apuntes,
con una mano iba subrayando o haciendo anotaciones y con la otra sostenía una
cadenita de plata que por momentos se lo llevaba a la boca. Lo mordía, o lo
chupaba no sé. Yo parado la miraba por encima de las góndolas. Cada tanto
bajaba la vista a los productos pero con el único fin de justificar mi paseo
por allí, no me interesaba nada en particular. Lo que me interesaba estaba del
otro lado de las góndolas, del otro lado del mundo. Sentada, estudiando,
mordiendo la cadenita. La piel era extremadamente blanca, casi rosa, tenía una
remera con voladitos o no sé qué en el cuello. La verdad soy pésimo
describiendo ropa femenina. Pelo lacio, atado en un rodete arriba, alto. De un
color entre el castaño claro y el naranja. Imposible quizás representarlo en
una pintura, en un dibujo. A veces la realidad es tan certera que puede llegar
a anularnos. Una pierna la tenía arriba de la silla, como para sentarse en
posición indio pero sobre la silla (uno por lo general se sienta así en el
piso) y a medias, con una sola pierna. All Stars negras, usadas, no
desvencijadas pero tampoco nuevas. Hay ciertos detalles que hacen de las
mujeres algo aún mejor. No sé por qué, pero me pasa. Sé que los calzados altos,
y sobre todo los zapatos de tacos altos, levantas el culo, pero a mí el calzado
bajo: zapatillas, chatitas, sandalias, me pueden. Le dan una belleza natural
que no sé por qué me gusta. Me gustan mucho. Ojo, puntualmente en los zapatos
de tacos logro apreciar la estilización de la cosa, pero donde voy con todo es
con el calzado de plataforma, por Dios no, eso no. Al cuadro lo completaba unos
finitos anteojos plateados. Estudiaba concentradísima, yo pensaba: “¿qué onda?,
¿cómo alguien le puede poner tanto empeño a algo?, tanta concentración a un
libro de estudios. No se movía, no levantaba la cabeza, si respiraba era un
milagro. En ese momento miré a la chica de la caja que me estaba mirando a mí.
Me estaba mirando mirar a “la chica que estudia”, no como diciendo “¿qué haces,
flaco?” (como hace un rato me había puesto los puntos) sino con una cara que no
me esperaba. Era una mueca risueña, como con un dejo de simpatía, algo le causaría gracia evidentemente, no
sé. Al verla con una relativa cercanía noté el pelo mojado, debía haber entrado
hace poco. Vive cerca. O estuvo en la casa de algún chabón, pensé. (Nada me
parece más sexy que ver a una mujer por la calle con el pelo mojado). Enseguida
emulé un principio de risa más bien incómoda (siempre es incómodo darse cuenta
que lo están mirando a uno) y enfilé para mis aposentos. Ahora que lo pienso
quizás ella también había esbozado esa suerte de risa porque yo la mire que me
estaba mirando. En fin.
Continúa.
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